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La Galerna

·22 Oktober 2025

La Juventus, esa vieja compañera

Gambar artikel:La Juventus, esa vieja compañera

Nos encontramos ante una semana importante. No por lo definitivo a nivel clasificatorio, pero sí en lo emocional, tanto para el equipo como para la afición. Juventus y Barcelona van a dar muestra de que todo lo bueno apuntado en estos apenas dos meses de competición no cede ante algunas sombras que no pueden obviarse.

Y para empezar, qué mejor que la Vecchia Signora.


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No nos encontramos con la Juventus que dominó Italia con mano de hierro durante una década —incluyendo dos finales de Copa de Europa—, pero eso no importa. El aroma añejo de uno de los auténticos grandes de cuna de Europa siempre la acompañará. No pretendo hacer un análisis de su estado actual, de sus peligros o debilidades. Será la edad, pero los recuerdos de las batallas vividas revolotean por mi cabeza desde hace unos días. Algunas de ellas forman parte de los momentos más épicos y legendarios de nuestra historia.

Juventus y Barcelona van a dar muestra de que todo lo bueno apuntado en estos apenas dos meses de competición no cede ante algunas sombras que no pueden obviarse

Mis primeros recuerdos de la Juve son de hace cuatro décadas. Michel Platini, hasta la definitiva explosión de Maradona en México 86, podía perfectamente ser considerado el mejor jugador del mundo: tres Balones de Oro consecutivos, la Eurocopa del 84, la Copa de Europa del 85 —de infausto recuerdo en Heysel—. Para los chavales de la época era una especie de monstruo al que admirábamos con miedo reverente, sin haberle visto jugar más que a cuentagotas. En mi caso, ni eso: tenía la certeza de su grandeza, pero nunca le había visto jugar. Esa idealización hacía que el respeto —y el temor— fueran aún mayores.

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De todos modos, la afición confiaba ciegamente en el equipo, merced al comienzo de una época que manaba ilusión por los cuatro costados. Se venía de ganar la Liga 85/86 —una la de las míticas cinco seguidas conquistadas por la Quinta del Buitre— y la segunda Copa de la UEFA consecutiva, aquellas remontadas grabadas a fuego en el alma del madridismo. Butragueño, con el aroma aún presente de la noche de Querétaro y los cuatro goles a Dinamarca, ya era considerado un megacrack mundial. Así que miedo, lo que se dice miedo, no lo había; respeto, sí.

Y la eliminatoria no decepcionó. Fue a cara de perro. La ida se jugó en Madrid, de donde el equipo salió con un 1-0 corto para lo que fue el partido, lo que dejaba las espadas en todo lo alto para la vuelta en el Olímpico de Turín. La Juve empató la eliminatoria a los pocos minutos y la cosa se puso muy negra, pero entonces emergió la figura de Buyo en su primera gran noche —de tantas— en la portería blanca. Su actuación descomunal durante los noventa minutos, la prórroga y los penaltis nos dio la clasificación.

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Esa temporada el camino terminó de malas formas contra el Bayern de Múnich y el famoso pisotón de Juanito, pero el recuerdo de aquellos partidos con los italianos se mantiene. Fue una pedazo de eliminatoria.

Tendrían que pasar diez años para volver a vernos las caras. Al igual que en el 86, la eliminatoria fue igualada en el resultado, pero no en el juego ni en las sensaciones. Aquel Madrid estaba inmerso en la peor temporada de su historia. Lo cierto es que había una especie de fervor irracional entre la afición: se cumplían treinta años de la Sexta, y la obsesión con la Copa de Europa era algo enfermizo. Ello nos llevaba a creer —de manera irracional, lo reconozco— que, al ser una fecha tan redonda, debía estar escrito en el destino que aquel 1996 sería el año de la ansiadísima Séptima.

Así que, aunque todo lo que transmitía el equipo era de tristeza y desastre absolutos, encaramos la eliminatoria como lo que es el Madrid: a por ellos, sin miedo. Y eso que la Juventus venía como un pedazo de ogro. Se empezaba a ver que aquel equipo iba a marcar una época en Europa: Del Piero, la delantera Ravanelli-Vialli, Ferrara, Di Livio, Torricelli, Deschamps... Lo normal era que impusieran respeto, pero el día de la ida la atmósfera del Bernabéu fue eléctrica, asfixiante, pegajosa.

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Lo vi en directo y, aun con la diferencia de nivel entre ambos equipos, aquel día los italianos se escaparon vivos. El 1-0 fue muy corto, sin exageraciones. Raúl se coronó: marcó el gol y dejó la imagen mítica de cómo, siendo un imberbe de 18 años, se encaró frente a frente con Vierchowood, defensa mítico que nos parecía un cíclope. Al 7 poco le importó. Ese es el espíritu. Lo recuerdo y me dan ganas de guerra. ¡Raúl, Raúl, Raúl, Raúl! Eterno capitán.

En la vuelta la realidad nos atropelló, aunque no exentos de mala suerte. Afrontamos el partido con varias bajas y ahí ya no se pudo más. Un gol de Del Piero y otro de Padovano nos fulminaron, pero caímos con dignidad.

Y dos años después llegó el momento. Sí, probablemente el día más importante de nuestra historia. Todo lo que ha pasado desde aquel día hasta hoy parte de aquella noche: 20 de mayo de 1998, final de la Copa de Europa en el Amsterdam Arena, por entonces el estadio más moderno del mundo. Real Madrid–Juventus. Hay un antes y un después. Todo madridista que tuviera una edad razonable para recordarlo estará de acuerdo sin dudarlo un segundo: nada de lo vivido después se acerca a la explosión nuclear de emociones que supuso aquella victoria.

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No voy a extenderme mucho, porque ese día merece un artículo exclusivo: de aquella noche, del camino que hubo que recorrer hasta llegar a ella y de lo que pasó en Madrid al día siguiente.

El equipo había hecho una mala temporada, aunque quedó cuarto clasificado, fuera de los dos puestos que daban acceso a la Champions. Desde febrero se dejaron llevar, poniendo todo el ímpetu en Europa. Toda la disciplina lograda por Fabio Capello en la 96/97 se esfumó con Heynckes, pero en Champions el equipo funcionó como lo que era: un equipo.

De todas formas, la Juventus era favorita. Muy favorita. Desde la 95/96 dominaba Europa sin concesiones: un equipo granítico, de acero, ultra competitivo, que por un primer tiempo de despiste —del que aún hoy se arrepienten— dejó escapar la Champions del 97 frente al Borussia Dortmund en Munich. Aquella Juve era todavía mejor: Del Piero en su cenit, un Zidane que ya daba gloria verlo jugar y un Inzaghi convertido en goleador implacable.

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Solo los madridistas creíamos en la victoria. Por plantillas, uno a uno no había tanta diferencia como se decía, pero las trayectorias sí eran diametralmente opuestas: la Juve, toda certezas y seguridad; el Madrid, a expensas de la inspiración de sus jugadores.

El partido fue bastante igualado, de tú a tú, con un comienzo fulgurante de los italianos en los primeros veinte minutos. A partir de ahí, el Madrid fue creciendo poco a poco hasta tener ocasiones para adelantarse antes del descanso. Recuerdo una de Raúl que se fue lamiendo el palo derecho de Peruzzi. Estoy convencido de que durante el descanso, en el vestuario juventino, se miraban con cara de preocupación.

El segundo tiempo fue equilibrado, con el Madrid sin perder la cara en ningún momento, valiente y con personalidad. Hasta que, en el minuto 66, se paró el mundo para nosotros. Mijatovic, Pedja, la estrella del equipo —desaparecido casi toda la temporada—, marcó el gol. El 1-0.

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Yo estaba en las gradas y solo recuerdo el caos, la locura. Me sentía mareado, al borde del colapso. Del resto del partido recuerdo el estado de catatonia que nos invadía a todos los que tenía a mi alrededor: enajenados, en trance, gritando, tapándonos los ojos y los oídos en faltas y córners de la Juve, sin uñas, fumándonos hasta el filtro de los no sé cuántos cigarrillos que cayeron en esos últimos 25 minutos más el descuento.

He visto el partido muchas veces, y desde el gol hasta el final la Juventus mereció empatar, de largo. Tuvieron muy buenas ocasiones, pero aquel día era nuestro día. El día del regreso absoluto del Rey de Europa a su trono, uno que muchos quisieron despreciar tras tantos años de espera, pero del que no hemos vuelto a bajarnos. Mandando de forma implacable, por aplastamiento.

Siempre será antes y después de Ámsterdam. Son demasiados recuerdos de la Séptima… pero ahora hay que continuar.

Ahora nos tocaba la cruz. Las eliminatorias de 2003 y 2005 tuvieron casi los mismos protagonistas, con diferencias clave pero con idéntico resultado: eliminados.

Probablemente el día más importante de nuestra historia. Todo lo que ha pasado desde aquel día hasta hoy parte de aquella noche: 20 de mayo de 1998

En la temporada 2002/03 nos medimos en semifinales. El Madrid venía de eliminar al Manchester United en dos partidos entre los que, entonces, estaban los dos mejores equipos de Europa sin lugar a dudas. El partido de vuelta en Old Trafford, con el hat-trick de Ronaldo, está en los altares del fútbol mundial. Después de ese subidón de adrenalina —en el que era el primer año del “Gordo”— avistábamos a los de Lippi con mucha confianza. La Juve había cambiado mucho desde el 98 pero continuaba siendo un equipo temible.

La ida se jugó en el Bernabéu y tuvimos nuestro momento. Después del primer tanto de Ronaldo, el segundo estuvo llamando a la puerta, pero no llegó. Tras un error grosero en defensa, Trezeguet empató en el 45. Ronaldo se lesionó —rotura muscular—, y eso resultó clave. Se produjo un bajón anímico en el equipo y en el estadio. Aun con ello, en el segundo tiempo conseguimos el segundo tanto y llegamos a Turín con ventaja, pero las sensaciones no eran buenas.

En el partido de vuelta, los transalpinos, con un Del Piero y un Nedved excelsos, nos pasaron por encima. Aun así, con 2-0 en el marcador, tuvimos la oportunidad de meternos en la eliminatoria. Ronaldo llegó justísimo de la microrrotura de la ida y no entró hasta bien entrado el segundo tiempo. Y cuando lo hizo, su sola presencia llenó de terror a los italianos. Su aura, su sola aparición, les hizo retroceder varios metros. En una arrancada provocó un penalti.

El resto es historia: Figo marró la pena máxima (paradón de Buffon) y pocos minutos después Nedved sentenció tras una carrera que también certificó el fin de Hierro como jugador blanco.

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Aquella eliminación provocó un terremoto que dio lugar a decisiones que costaron años de destierro de las últimas instancias de la máxima competición. Ese es otro tema del que hablar en otra ocasión.

Dos años después nos volvimos a encontrar, pero en esta ocasión en los octavos de final —que serían nuestro tope hasta 2011—. El técnico había cambiado y ahora era nuestro querido Fabio Capello el que dirigía a los juventinos. Este señor gustará más o menos, pero siempre supo hacer equipos: con mejores o peores piezas, pero equipos, duros, incómodos. Sabías que ibas a sufrir. Mucho. Muchísimo.

Y así fue.

De nuevo, la ida se jugó en Chamartín y, de nuevo, al igual que en el 96, ganamos por un tanto a cero gracias al gol de Helguera.

La vuelta fue mucho más disputada que la semifinal de dos temporadas atrás, pero cuando ya se vislumbraban los penaltis, un tipo llamado Zalayeta metió un gol desde fuera del área que aún hoy no se cree ni él. De aquel día tengo grabado en la memoria una carrera de Ronaldo, con empate a cero, desde el centro del campo frente a Cannavaro y Thuram, en la que les quitó las pegatinas estrellando el balón en el palo. Fue increíble. Animo a que lo busquen en YouTube.

Sin rodillas y pasado de peso, el suelo del Delle Alpi tembló a cada pisada de este animal. Qué bestia.

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Para finalizar, y más frescas en la memoria, están las batallas de 2017 y 2018: final y semifinales respectivamente. En Cardiff, el mítico Real Madrid de Zidane culminó la conquista de una cima que nadie había alcanzado y que, a día de hoy, sigue siendo patrimonio único del Madrid: ganar dos Champions seguidas. Sabemos que después vino una más, tres consecutivas, algo que siempre quedará en la historia.

Pero la de 2017 supuso un jaque mate moral a todos nuestros rivales de siempre.

¿Cuál fue el primer club en ganar dos Copas de Europa seguidas? El Madrid (llegando a cinco).

¿Y el primero en ganar dos Champions seguidas en el nuevo formato? También el Madrid.

Es un hito en el que poco pensamos. Para que un club pueda igualarlo, la Champions actual tendría que cambiar de formato radicalmente —como ocurrió al pasar de Copa de Europa a Champions— y entonces un club que no sea el Real Madrid tendría que ganar dos seguidas y esperar a otro cambio de formato para aspirar a repetirlo.

Eso no va a pasar. Y, si pasa, habrá que esperar muchas décadas.

Lo que dolió la victoria de Cardiff a unos cuantos es indescriptible. Ahí queda eso.

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En 2018 quedará para siempre la eliminatoria de la imperial chilena de Cristiano en Turín y el susto tremendo en la vuelta, resuelto con un penalti tonto —pero penalti— a Lucas Vázquez. Es normal la desesperación de los italianos y de los aficionados de otros equipos, que ya se relamían pensando que íbamos a caer. Pero fue falta. Y a otra cosa. Otra cosa que fue la tercera seguida, en Kiev, y el cierre de un ciclo épico.

Mañana volveremos a vernos con un club presente en tantos momentos clave de nuestra historia. Un club que siempre nos respetó, fuese cual fuese la situación de ambos, y que merece nuestro reconocimiento como uno de los grandes del continente.

Yo lo disfrutaré y lo paladearé con la sonrisa de volver a ver a una vieja amiga con la que he vivido tantos y célebres momentos.

¡Hala Madrid!

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