Pericos Marca
·16 Januari 2025
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·16 Januari 2025
Siempre me acerco a los amables lectores de Pericos Marca desde la honestidad en mis opiniones… incluso asumiendo que puedan ser malinterpretadas, cosa que probablemente va a ocurrir con ésta máxime cuando el protagonista es una de las grandes némesis del españolismo. De hecho debo confesar que yo mismo -un anticulé radical, convicto y confeso- me sorprendo de verme escribiendo unas líneas que en esta ocasión y sin que sirva de precedente intentan dejar a un lado la rivalidad con el club de colores suizos.
El caso es que acabo de tragarme enteritas, por puro interés profesional y de pé a pá, las dos horas de rueda de prensa que el presidente blaugrana se ha metido entre pecho y espalda, sin papeles y frente a un auditorio más predispuesto al linchamiento que al aplauso y no he podido menos que pensar: ¡Ojalá tuviéramos un Laporta en el Espanyol!
Los pericos, a menudo tan quisquillosos con nuestro equipo como displicentes con los de los demás, preferimos presentar a Joan Laporta como un cincuentón al que le gustan la fiesta, las mujeres y el vino (supongo que si debe olvidarlas bebe y olvida), que viaja a menudo a Uzbequistán para sus negocietes privados y que de vez en cuando hace alguna declaración de bocachancla que nos toca las narices. Perfecto. Al fin y al cabo lo de ridiculizar al rival es tan antiguo como el propio mundo. Quedémonos con esa caricatura si eso nos hace sentir más militantes del sentimiento blanquiazul.
Pero vayamos un poco más allá de la animadversión que nos pueda generar el personaje y el escudo que representa y si su gestión es más o menos populista, victimista o personalista y quedémonos simplemente en la forma apasionada en la que defiende a su club. A mí, sinceramente, me gustaría que mi presidente defendiera a mi club con la misma pasión con la que Laporta lo hace con el suyo. Que peleara hasta el último minuto e incluso bordeando la legalidad y a despecho del resto de equipos para conseguir aquello que cree justo para su institución. Que se emocionara hasta el llanto cuando habla de sus colores y plantara cara sin amedrentarse a quienes los atacan, haciendo de esos ataques algo personal.
No soy tan iluso; sé perfectamente que todo eso es más fácil cuando eres el capitán de un portaaviones nuclear que cuando comandas una chalupa de costa, pero en uno y otro caso y más allá de su calado, el amor por su nave debería suponerse a todo capitán. Y tampoco ignoro que el frío carácter oriental y su proverbial contención no tienen nada que ver con el mediterráneo apasionamiento tan dado a la vehemencia. Pero entre el laportismo y los 12.000 impávidos kilómetros tras un plasma existe un amplio territorio que quizás alguien en las plantas nobles del RCDE Stadium podría intentar explorar para mostrarle al pueblo perico que el apego a los colores blanco y azul va más allá de ser los del logotipo comercial de una mera compañía del Grupo Rastar.