La Galerna
·23 November 2024
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A mí tampoco me está gustando el juego del Madrid esta temporada, hay que ser muy cafetero para disfrutar con lo que debería ser el mejor espresso italiano y sin embargo no pasa de un mero recuelo. Yo también creo que la plantilla presenta desequilibrios más allá de las lesiones. También percibo un aroma en Ancelotti de desencanto y, en general, de cierta apatía o empacho que no existía otras campañas. Desconozco si será un bache pasajero —en la vida se atraviesan momentos difíciles— o la tónica general hasta final de curso, soy incapaz de vaticinar el futuro, aunque sí recuerdo períodos complicados en los tres últimos ejercicios. Tuvieron final feliz. Está por ver si este también.
Empero, hay un fenómeno, no exclusivo del ámbito futbolístico, consistente en la reinterpretación del pasado según la coyuntura actual. Normalmente, para mal. Es una percepción en la que me reafirmo después de ver la charla que mantuvieron Kollins y Jesús Bengoechea con motivo de la publicación de ADN Madrid, el último libro del editor de La Galerna. En ella, Jesús expone:
«Como ahora estamos pasando una racha mala (ojalá se haya acabado) con derrotas dolorosas, hay madridistas que empiezan a decir: lo de ahora está mal, pero lo de antes también, aunque ganáramos. Entonces, ¿qué alegría te queda si vas a empezar a reinterpretar las victorias del pasado en términos del presente? Esgrimen: “Es que, si no llega a meter dos goles Joselu...”. Pero los metió».
Esta retrocausalidad amarga podría denominarse vinagrismo retroactivo. Es una postura vital curiosa, no deja de llamar la atención que alguien opte por acibarar bonitos recuerdos con sucesos posteriores que difícilmente influyen en lo ya ocurrido. Solo hay un ámbito de la realidad donde podría darse, en el de la física cuántica, y, de momento, en el Madrid no juegan partículas subatómicas, aunque en tiempos fichara al Átomo.
Esta doctrina juzga a toro pasado y con premisas actuales lo ocurrido años atrás. Como el Madrid no está jugando bien ahora, le cuesta armar un equipo competitivo, carece de futbolistas en ciertas posiciones y los resultados no son los esperados, las Champions, Ligas, Campeonatos del Mundo de Clubes, Supercopas, Copas del Rey, etc. anteriores están más en tela de juicio que si las hubiese ganado después de comprarse a la cúpula arbitral. Enmienda a la totalidad.
La vida es demasiado puñetera como para andar enturbiando los buenos recuerdos que atesoramos por la necesidad de tener razón
En cambio, la crítica en sentido temporal contrario sí es coherente, además de lícita y necesaria: como no se han adoptado ciertas medidas y sí se han tomado ciertas decisiones, la situación actual es esta. Sucede que este juicio es menos visceral, más racional. El vinagrismo fresco es más lícito que el retroactivo, y ciertas dosis son necesarias: sin autoexigencia brutal no habría Real Madrid.
Se niega incluso la capacidad para jugar en el Real Madrid a futbolistas gracias a los cuales el Club ha obtenido títulos. Incluidas champions. Está bien, aceptamos pulpo, según tan alta ortodoxia, fulanito o menganito no deberían haber vestido nunca la camiseta blanca. Entonces, ¿purismo o Copas de Europa? ¿Preferimos un Madrid heterogéneo cuya principal virtud es saber adaptarse a cualquier situación o abogamos por un club que se erija en garante de las esencias del fútbol y restrinja a un modo la manera de ganar? A lo mejor echan de menos en el Madrid las características del Barça.
El vinagrismo retroactivo supone también echar por tierra un trabajo y un denuedo ímprobos: «Es que si no llega a meter dos goles Joselu...». Reduce los éxitos a golpes de suerte y los despoja del esfuerzo y calidad colectivas indispensables que hay detrás. Es decir, esta corriente madridista compra el relato anti.
Se estima peyorativo para la imagen de un equipo que ha ganado seis de las últimas diez Champions que remontase una semifinal merced a dos goles de Joselu (con la carga clasista implícita), pero no el hecho de que el Barça ganara su primera Copa de Europa —más de 35 años después de su creación— gracias a un gol precedido de una falta a favor dudosísima. Tampoco afecta a la imagen dominadora del llamado Dream Team que tres de las cuatro ligas que obtuvo fueron las dos de Tenerife y la del penalti de Djukick. Y, por supuesto, lo de Negreira tampoco desvirtúa ningún título culé. Y además es una excusa, por lo que no hay que seguir hablando de ello.
La vida es demasiado puñetera como para andar enturbiando los buenos recuerdos que atesoramos por la necesidad de ver refrendada nuestra opinión. Es obvio que tarde o temprano sucederá algo malo, hecho que no estropea lo bueno conseguido antes.
El vinagrismo retroactivo recuerda a aquel que eligió como epitafio: «Al final, tenía razón».
Getty Images.