Así viví aquel gol de Bale | OneFootball

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La Galerna

·12 ottobre 2025

Así viví aquel gol de Bale

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Es mi deber confesaros antes de iniciar estas líneas que nunca me ha gustado demasiado el fútbol. O, para ser más precisos, nunca lo he entendido del todo. Simplemente veía a once o veintidós tíos corriendo detrás de una pelota, que es más o menos lo que hacía yo cuando lo practicaba. Mucho más divertido de jugar que de ver.

Por eso cuando mi mejor amigo me dijo que íbamos a ver un partido del Madrid aquella noche, alcé las cejas de pura incomprensión y no me quedó más remedio que dejarme convencer por las pizzas que iban a acompañar nuestra velada. Noté que debía de tratarse de un partido importante al percibir la tensión que acompañaba a mi mejor amigo desde el calentamiento de los jugadores. Cada gesto, uña mordida o tembleque de sus pies me indicaban que aquella noche se jugaba algo más que un mero partido de fútbol, aunque yo no lo entendiera muy bien y estuviera más pendiente de la pizza que de la televisión.


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Una de las cosas más divertidas de ver un partido junto a él es la inventiva y el fondo de armario léxico del que es capaz de tirar para proferir variados improperios hacia los colegiados, cuidándose mucho de no caer en la repetición de los mismos. Resultaba desconcertante ver a una persona de carácter generalmente tan tranquilo y discreto perder las formas de semejante manera en cuanto se sentaba a ver un mero encuentro deportivo. En esas andaba mi mejor amigo cuando un golazo de Di María lo sacó de su ensañamiento particular, para celebrar conmigo el gol como correspondía. Me gustaba verle así de feliz porque, sin darse cuenta, me iba dejando más pizza de la que me correspondía. Yo, que cuando se trata de ese manjar italiano tiendo a contar rigurosamente los trozos, agradecía en silencio el gesto al equipo vikingo.

El partido avanzaba y el nerviosismo de mi compañero no hacía sino ir en aumento, pues el dominio y las ocasiones del equipo blanco no terminaban de materializarse en el segundo gol. De hecho, a mediados de la segunda parte, el Barcelona conseguía igualar el partido mediante un cabezazo aislado en un córner. Por el afecto que profeso a mi querido amigo, no reproduciré aquí los denuestos que clamó contra el Barcelona, contra Bartra, contra la diosa Fortuna y contra unos cuantos dioses más cuya existencia yo desconocía hasta ese momento.

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El partido parecía abocado a la prórroga cuando, de repente, Coentrao sacó bajo presión y de manera magnífica el balón hacia delante, para encontrar a un Bale que tenía ganas de demostrar que aún tenía piernas a esas alturas de partido. El jugador galés se echó el balón largo y comenzó una cabalgada que se antojaba imparable. Algo similar debió pensar Bartra, que, impotente, empujó al jugador blanco fuera del campo. Mi amigo me empujó a mí, absolutamente fuera de sí, y empezó a insultar a Bartra como yo jamás había escuchado insultar a nadie. Sin embargo, a pesar del envite, Bale no se dejó amedrentar y no sólo continuó su carrera por fuera de la banda, sino que además le sacó una buena renta en forma de metros a un Bartra que apenas sí podía con sus piernas.

La ira de mi acompañante transmutó en ese silencio contenido que suele preceder a lo imposible, materializado en un joven galés empeñado en que no bastaba con sacarle del terreno de juego para impedirle hacer el gol que necesitara su equipo en un determinado momento. Encaró con resolución a Pinto y disparó sutilmente con la puntera para colarle el balón por debajo de sus piernas.

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Y entonces el mundo se vino abajo por completo. Toda la habitación pareció estallar en un terremoto de júbilo cuando mi mejor amigo, al parecer a coro con el resto del vecindario, se desgañitó cantando aquel gol improbable del galés. Mi amigo casi me retuerce el cuello abrazándome, loco de alegría, mientras yo agitaba mi cola con furia desmedida y ladraba varias veces para demostrarle que yo también estaba tan contenta como él. Nunca he entendido muy bien el fútbol, ya lo saben, pero siempre he sido del Real Madrid. Si un equipo es capaz de despertar en una persona tan calmada y seria como mi mejor amigo tal grado de éxtasis y felicidad como lo hace este club, imaginen entonces no seguir a ese equipo hasta la muerte. Bendito sea ese Real Madrid.

PD: Dedicado a la memoria de mi fiel amiga Luna, compañera de infinitos partidos blancos y víctima de otros tantos abrazos en materia de celebraciones de gol. Gracias por tanto, querida, y hasta siempre.

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