IAM Noticias
·10 gennaio 2025
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El inglés, alma del Madrid, mete a su equipo en la final después de un largo asedio. El descuento exageró la victoria blanca. Lesiones de Raíllo y Tchouameni.
La Federación, Arabia y el fútbol español en general tendrán Clásico en la Supercopa. Un Madrid con más fútbol, más adrenalina y más gol desde que tocara fondo en San Mamés superó al Mallorca sin abrumar. La gran diferencia es que ahora anda con el dedo en el gatillo, pero no hay que despreciar la notable mejoría de Mbappé y el regreso como jugador superior de Bellingham, una de esas estrellas cuyo brillo también ilumina al resto. Juega y hace jugar, vertebra al Madrid desde el ingenio y también desde el sacrificio. Marcó el gol que precipitó el final del Mallorca. Esa es la palanca del Madrid. El equipo de Arrasate fue el de siempre, resistente, incómodo, peleón, pero incapaz de llegar hasta su fuerza aérea, Muriqi más Larin. No tiene nada que reprocharse, pero fue notablemente inferior.
La derrota en San Mamés levantó por las solapas al Madrid y le espabiló de tal manera que, desde entonces, su juego empieza a acercarse a la calidad de la plantilla. La mejoría ha sido apreciable en la Liga, en el Mundial de Clubes y también en Yeda. El equipo de Ancelotti salió en tromba para ahorrar tiempo y esfuerzo, para ganar desde la abreviatura. En apenas quince minutos hizo trabajar cuatro veces a Greif a disparos de Lucas Vázquez, Mbappé, Tchouameni y Bellingham.
Ancelotti había empezado con sus clásicos, Mendy en la banda izquierda y Camavinga y Valverde en el cinturón industrial. Un cinturón con contraindicación: le quita cintura al equipo en la salida de la pelota, pero garantiza un servicio de vigilancia permanente para aliviar de preocupaciones defensivas a los cuatro magníficos. Eso es el Madrid ahora, un siete más cuatro que garantiza diversión en las dos áreas. En la ajena, casi siempre. En la propia, cuando el equipo queda partido y en inferioridad atrás.
Arrasate no se sintió impresionado. No puso un tercer central, como se especulaba en la víspera, y sí a sus dos delanteros de referencia, Muriqi y Larin, que en la Liga solo han coincidido cinco veces en el once inicial. Dos delanteros de gran tamaño para dominar el aire, presumiendo que en el balón parado radicaba su gran oportunidad. El saque inicial acabó con un pelotazo por arriba al kosovar, el ‘target man’ más puro de la Liga, un delantero capaz de rematar un satélite. Fue una declaración de intenciones.
Todo, menos la falta de firmeza de la zaga balear en los primeros instantes, transcurría según lo previsto, incluido ese partido aparte que suelen jugar Vinicius y Maffeo. Los pitos de salida al balear mostraron que Arabia Saudí es ya Arabia cañí. Luego llegó la primera falta, del brasileño, y el primer pique: un levísimo toque de Vinicius provocó un desvanecimiento teatral y ridículo de un gran lateral que está feliz en su papel de malote. Especialmente si enfrente hay un futbolista fichado y con un sistema nervioso muy sensible. Su pelea privada arrastró a todos a una bronca final a la que se sumaron Bellingham y Asencio. Un partido esencialmente deportivo no lo merecía.
La mejor noticia en el Madrid era Mbappé, muy lejos ya de la versión doliente de los primeros meses. Chisposo, rápido, atrevido y rematador. Ya no está bajo investigación. Solo le faltaba el gol, como al equipo, que con el paso de los minutos fue amainando sin perder el control de la situación salvo en dos llegadas de Larin, que cabeceó mal un buen centro de Dani Rodríguez y remató sin tino una volea desde el borde del área. La falta de constancia también es un rasgo de este Madrid, al que parecen aburrirle los asedios largos. No a todos. Bellingham sí es futbolista de 90 minutos, porque tiene el juego y la jerarquía. Nadie manda como él en este Madrid. Es el jefe por aclamación. Antes del descanso le dejó medio gol a Rodrygo, que no pudo completar el puzle. Su remate acabó en la grada.
Para entonces, Arrasate perdió a Raíllo, su faro defensivo, por lesión, un contratiempo grave en un equipo en el que los automatismos son cruciales. Y a vuelta de vestuario cayó otro central, Tchouameni, por un topetazo en la cabeza.
Los percances cambiaron de algún modo el partido. El Mallorca empezó a alargar el viaje, a alejar al Madrid de su área, a llegar con más frecuencia que peligro cerca de Courtois. Todo empezó a espesar en el equipo de Ancelotti y fue entonces, en la paradoja eterna del fútbol, cuando tomó ventaja en una jugada de tres remates: el primero, de Rodrygo, lo devolvió el palo; el segundo, de Mbappé, Greif; el tercero, de Bellingham, acabó dentro. El gol para quien se lo trabaja. El noveno del inglés, llamado a gobernar el equipo durante una década. Se marchó renqueante, para dejar al madridismo en vilo.
Ese tanto condujo a un partido a mar abierto, donde el Madrid es imbatible. Greif hubo de multiplicarse ante las acometidas de Rodrygo, Vinicius y Mbappé. Los cambios de Arrasate no frenaron la hemorragia. Metió atacantes, pero siguió sin ataque. Y un autogol desgraciado de Valjent, que pretendía cortar un gran pase de Brahim para evitar el remate de Mbappé, y un tanto en el descuento de Rodrygo confirmaron el Clásico que determinará si el incendio del 0-4 del Bernabéu se da por extinguido o no. Será con Dani Olmo, el truco gubernamental final.
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