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La Galerna

·24 ottobre 2025

El Grinch del clásico

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No tengo ni putas ganas de clásico. No sé si me explico. Llevo diciendo esto dos años y medio cada vez que se aproxima un duelo contra esa gente. Al especificar que hace dos años y medio que albergo este fuerte sentimiento anticlásico, dejo claro que el mismo nada tiene que ver con el hecho de que el año pasado nos mojaran repetidamente la oreja. Tenía idéntico sentimiento visceral en el año de la Decimoquinta, cuando les mojábamos la oreja nosotros a ellos pero ya se sabía, con prueba documental en forma de facturas, que estos tipos se habían comprado el sistema arbitral durante un mínimo de 17 años, si bien a decir de sus propios directivos José Luis Núñez ya pagaba a la cúpula colegial allá por los lejanos 90, de tal suerte que el soborno continuado al sistema arbitral por parte de ese club del que usted me habla (como dice Javier Vázquez) es el auténtico nexo de unión entre el pasado siglo y el que nos contempla. Se trata de una cadena que seguramente sigue hacia el futuro cuando ya se ha cumplido una cuarta parte del siglo siguiente.

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¿Cómo no va a cambiar esto el modo en que uno vive el mal llamado clásico? Lo asombroso es que haya gente que lo siga viviendo como siempre, o sea, como cuando sospechábamos que algo raro pasaba, vale, pero al menos no teníamos constancia palpable del factor Negreira. Ahora lo tenemos, pero casi todo el mundo hace como si nada, y engalana el mal llamado clásico con los farolillos irritantes de su ilusión casi como uno coloca guirnaldas en el árbol como cuando se aproxima la Navidad.


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Yo soy el Grinch de los putos clásicos. Me cago en el propio hecho de que tengamos que jugar contra una entidad que debería estar en Segunda División por lo que el juez de instrucción Aguirre llamó sin medias tintas corrupción continuada. El sistema apesta con luz y taquígrafos y la gente sigue entonando villancicos en torno al portal del Real Madrid-Barcelona. Que le den al Real Madrid-Barcelona, y ya de paso que dejen de llamarlo clásico. No es clásico de nada.

Soy el Mr. Scrooge que rezonga ante las lucecitas y el cotillón, y no hay fantasma de los clásicos pasados, presentes o futuros que pueda hacerme recapacitar. Soy, al parecer, el único o casi el único ser humano sobre la faz de la tierra a quien aún le importa una mierda la jodida decencia. Soy el viejo gruñón que se hace incómodo recordando a los jóvenes la cantidad de detritus que oculta la alfombra. No me hagáis caso. Tan solo soy un señor mayor con parámetros de otra época, por ejemplo que no está bien sobornar a los árbitros (ni a sus jefes, cojones, ni a sus jefes), por ejemplo que quien la hace la paga.

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Ni clásico ni pollas en vinagre. Yo, por lo que sea, prefiero jugar contra gente que no haga trampas. En la eventualidad de verme forzado a jugar contra gente que haya hecho trampas, al menos que sea contra gente que ya haya pagado por sus crímenes. No es casualidad (porque el Dios justiciero del Antiguo Testamento no da puntada sin hilo) que este mal llamado clásico haya venido precedido por un partido europeo contra la Juventus. Así podemos comparar. La Juventus protagonizó el MoggiGate, cosa nimia en comparación con la era Negreira, y como resultado le fueron retirados los scudetti objeto de estudio y emprendió el humillante  camino del descenso de categoría. Saldaron su deuda con la justicia, se produjo al menos un intento de reparación moral, y por eso el miércoles pasado les recibimos en el Bernabéu con todos los honores, como se recibe a un amigo otrora ilustre que sale de la cárcel y busca reintegrarse en la sociedad.

Yo, por lo que sea, prefiero jugar contra gente que no haga trampas. En la eventualidad de verme forzado a jugar contra gente que haya hecho trampas, al menos que sea contra gente que ya haya pagado por sus crímenes

El club cliente de Negreira, en cambio, no ha ido a la cárcel. No solo eso. Ni siquiera ha entonado un mea culpa o ha emitido un amago de reconocimiento de la gravedad de lo fehacientemente descubierto. Envalentonado por la complicidad de las instituciones, complicidad que se eleva a las más altas instancias, actúa al respecto con una mezcla vomitiva de hipocresía y jactancia, y con esto me refiero tanto al propio club azulgrana como a su entorno (valga la redundancia pues el mimetismo es total).

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Sí, nos compramos durante décadas a los jefes de los árbitros para comprarnos indirectamente el favor de estos: os jodéis. Sí, nos compramos durante décadas a los jefes de los árbitros porque en nuestra mente enfebrecida vosotros os los habíais comprado antes, a pesar de que de esto último no haya prueba documental ni estadística alguna más allá del penalti de Guruceta que os contaron los abuelos: también ante este argumento de mierda se supone que tenemos que jodernos. Se compraron el sistema arbitral durante décadas, y aún tenemos que aguantar al niñato engreído del hype superlativo decir que el Madrid roba y llora. No solo eso: tenemos que aplaudir al niñato engreido del hype superlativo porque es el emblema de la selección de todos. A la selección de todos que la pongan también mirando a Cuenca. Soy el recontraputísimo Herodes de este belén cuyo caganer tiene la cara de Negreira (hola, Pepe Herrero), y desde la atalaya de mi castillo os maldigo a todos, sinvergüenzas y asimilados.

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Maldigo a los que venís a mi puerta dando la brasa con la pandereta, en busca del aguinaldo de mi complicidad, para unir a la artificialidad de la causa mis puñitos apretados de emoción. Sí tengo que blandir mis puños, que no sea por el suspense amanerado de la expectativa del gol de Mbappé o Raphinha. Sí tengo que blandir los puños, que sea para usarlos contra el decorado de cartón piedra y contra el maldito Papá Noel. El mejor partido del mundo my arse. Podéis introducirlo por donde no brilla el sol, y si os apetece volver a mí cuando ese club infecto haya vuelto del purgatorio. Tal vez entonces tenga ganas de llamarlo clásico o algo parecido, si de verdad tanto os conviene. Estoy dispuesto a volver a empezar cuando la justicia resplandezca. Mientras tanto, cierro la ventana, tapo con tapones mis oídos para aislarme de los coros infantiles y espero a que la nieve del tiempo sepulte el trampantojo hasta la próxima navidad.

PD: Si ganamos lo celebraré, claro. A ver si encima no voy a poder celebrar que gane el Bien sobre el Mal.

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