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·10 dicembre 2025

El Real Madrid de la Generación Z

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Nada más lejos del ánimo de estas líneas que erigirse en tratado de sociología. Una vez puesta la venda sobre la herida aún no producida, desarrollemos el tema.

Si algo se repite al hablar de la generación Z —los nacidos entre mediados y finales de los 90 y la década de 2010— es la acusación de blandura, infantilismo y una inclinación casi programática a esquivar responsabilidades mientras presentan privilegios como si fueran derechos.


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Tomando como válida esa premisa, es sencillo concluir que la plantilla de nuestro Real Madrid se ha convertido en el epítome de esa generación Z. Los valores, sí, valores, ese término desgastado y prostituido por su uso pernicioso por parte de otras entidades, siguen siendo en el madridismo lo que siempre fueron: búsqueda de la excelencia, sacrificio y entrega sin condiciones. No piense el lector que aquí se reivindica un pasado amarillento entre nubes de humo de tagarninas infectas, caspa y efluvios de Varón Dandy; nada más lejos. El Real Madrid de la Champions de nuestras vidas, el de las remontadas imposibles e impensables, comparte nombres con el actual, sí, pero no necesariamente espíritu, y es precisamente en esa grieta, en esa distancia entre la épica y la expectativa, donde empieza a crecer el desconcierto presente.

Algunos análisis, de rigor discutible pero de circulación insistente, atribuyen esta situación al llamado “síndrome de la barriga llena”. Ya el nombre evidencia una falta de sofisticación peligrosa, pero su principal implicación es aún peor: en la plantilla actual, excepción hecha del titán eterno Dani Carvajal con seis entorchados, quien más Champions ha levantado apenas cuenta dos en su haber. La pertenencia al Real Madrid exige un hambre patológica: no hay espacio para la saciedad, pues es el prólogo del conformismo. Don Alfredo Di Stéfano, el mejor jugador de la historia, sostenía que ningún futbolista es tan bueno como todos los demás juntos. Ese mantra sigue presidiendo los vestuarios del Bernabéu, recordando que el “yo” —tan caro a la generación Z— queda supeditado al “nosotros”: acaso el único caso funcional de comunismo exitoso que ha conocido la humanidad. Las necesidades individuales palidecen y desaparecen si un bien colectivo superior así lo demanda.

Si algo se repite al hablar de la generación Z —los nacidos entre mediados y finales de los 90 y la década de 2010— es la acusación de blandura, infantilismo y una inclinación casi programática a esquivar responsabilidades mientras presentan privilegios como si fueran derechos. es sencillo concluir que la plantilla de nuestro Real Madrid se ha convertido en el epítome de esa generación Z

Jugar en el Real Madrid es un privilegio reservado a unos pocos elegidos, por mucho que hayamos visto ejemplos recientes de fichajes que bien podrían haber contado con las bendiciones de Gonzalo Miró y Jota Jordi. Quien viste de blanco forma parte de un grupo más que exclusivo y, precisamente por ello, debe asumir una consciencia que únicamente puede desembocar en responsabilidad y gratitud, máxime cuando los emolumentos percibidos por tal honor resultan —digámoslo sin rubor— estratosféricos.

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El club no está en deuda con nadie. Paga mucho y puntualmente a sus empleados, y ejemplos sobran de la generosidad, a veces excesiva, con que se maneja a la hora de recompensar rendimientos extraordinarios, incluso los efímeros. La actual generación de jugadores se gobiernan como si fuera el Real Madrid quien debiera plegarse a sus caprichos y preferencias, mientras culpan de su bajo rendimiento al tedio, al empedrado, a los métodos de un entrenador que vino habiendo logrado lo impensable en Alemania; a cualquiera menos a ellos. No entra en su cabeza que para exigir hay que cumplir antes, que existe un principio de autoridad en el que todo el mundo ha de responder de sus actos ante alguien y que, repito, son privilegiados, no acreedores.

El manejo de una mentalidad así se antoja complicadísimo, pues no existe en la junta directiva ni en el cuerpo técnico nadie capaz de asimilar esa manera de manejarse tan pueril como indeseable. Por ello, e igualmente que se hace con los niños cuando se los educa, la palabra más poderosa para ello solamente tiene dos letras: NO. Llámenle asertividad, autoridad, mano dura o como prefieran. Las acciones u omisiones tienen consecuencias, e igual que se premia un rendimiento sobresaliente con una mejora salarial, las conductas inadecuadas, las faltas de respeto o el simple incumplimiento del deber de búsqueda de excelencia inherente al club deberían redundar en sanción, banquillo o traspaso.

Nadie es mejor ni más importante que el resto del equipo, y esa asunción exige una humildad que parece haberse evaporado en la actual plantilla. El grupo, o al menos parte de él, asimila erróneamente su condición de estrellas del deporte y miembros del mejor club del mundo con la facultad de hacer lo que les venga en gana. Y sin embargo —como diría Stan Lee— ese gran poder implica, ante todo, una gran responsabilidad. Y eso trasciende décadas, rachas y generaciones.

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Getty Images, IA

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