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·6 febbraio 2025
La Fábrica pone cabeza
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·6 febbraio 2025
Un testarazo del canterano Gonzalo en el descuento clasifica al Madrid para semifinales. El Leganés igualó un 0-2 y llevó al límite al líder de la Liga. Brahim y Vinicius, brillantes.
Febrero nunca es mes para el confetí, pero puede traer calabazas. De las primeras se libró el Madrid en Butarque. Las segundas amenazan desde Mánchester. Con cuarto y mitad de titulares, con cuarto y mitad de intensidad, se metió en semifinales de Copa gracias a un gol de cantera, de esos que se recuerdan siempre, más si el autor acaba cuajando en estrella. Fue en un cabezazo de Gonzalo, un chaval de 20 años que llegó a La Fábrica en alevines, que venía de hacer un póquer con el Castilla y que no se bajó de la nube.
Fue el rostro feliz de la noche en un equipo ahorrativo en casi todo: la garra, el dominio, incluso los goles. Rodrygo y Vinicius mostraron por qué son titulares, Brahim va para quinto magnífico y Modric es inacabable. El resto se movió entre el suspenso y el aprobado bajo. Endrick tiene demasiada prisa por llegar. Lo dejan claro su exceso de fogosidad y su falta de temple. Hizo un gol, pero se le fueron varios. Tiene ganas, pero esta verde. Arda Güler, otro de los llamados a examen, pasó de largo por el choque. Y los centrales de la cantera tampoco echaron la puerta abajo. El Leganés, en cambio, anduvo realmente bien, en su papel de matagigantes. No le abatió un 0-2 inmerecido, escaló con fe hasta el empate y llegó a soñar con el pepinazo. Llevó al Madrid al límite, consuelo menor.
A Ancelotti, que miró claramente por detrás del partido, le quedó un once muy intergeneracional: dos centrales del Castilla, uno probado y otro por calar; dos presumibles ‘next gen’, Endrick y Arda Güler; suplentes de primera línea (Brahim y, en menor medida, Mendy); algún titularísimo fuera de sitio (Valverde, de lateral); alguno en su sitio favorito (Rodrygo, en la izquierda) y una leyenda (Modric). Pocos repetirán en el derbi. En definitiva, una alineación Frankenstein sin tres de los cuatro magníficos y con una defensa de servicios mínimos en un partido que tenía su miga, porque si bien es verdad que la Copa en un grande solo es crucial de semifinales en adelante, manchan mucho la historia las derrotas sin justificación. El Pepinazo de 2018 será siempre imborrable.
El Leganés, con otras prioridades, pero obligado por un estadio lleno e ilusionado, presentó un once más reconocible salvo en sus puntas. Ni Raba ni Miguel de la Fuente, soldados para otra guerra. La de Mestalla, sin ir más lejos. Eso sí, sin cambiar nombres, Borja Jiménez reconfiguró el equipo en una especie de 4-1-4-1 que llevó a Altimira de la derecha a la izquierda. El plan pareció bueno de salida: presión efectiva, cierta sensación de dominio y alguna buena ocasión. Lunin dejó una estirada estupenda a tiro de Diego García en jugada previamente invalidada por fuera de juego y sacó luego una buena mano a lanzamiento de falta de Óscar, especialista en el ramo desde sus tiempos de La Fábrica.
La primera regla del modesto en duelos así es dejarse los complejos en el vestuario. La del grande, colgar la soberbia en el armario. El Leganés hacía su parte, al Madrid le costaba la suya hasta que puso el gol por delante de cualquier otra cosa. Sin más aviso que un disparo mordido de Endrick que salvó Juan Soriano, el equipo de Ancelotti pareció dejar lista de papeles la eliminatoria con dos zarpazos, ninguno de ellos con mucha ciencia y sí con el mismo origen, Rodrygo. El primer gol llegó en un pase horizontal a Modric, que entró vivo por el corredor del ocho, pisó el área y metió la puntera para batir a Soriano. El segundo tuvo un buen comienzo (pared Rodrygo-Brahim) y un final casual. Tapia quiso interrumpir el avance y acabó sirviéndole el tanto a Endrick, en papel de oportunista. El partido tenía poco que ver con el marcador, situación muy común cuando juegan los grandes.
El Madrid tenía un comportamiento vulgar hasta que llevaba la pelota a Brahim o Rodrygo. Ese redoble no lo tenía el Leganés. Dos sin nada que demostrar tiraban de un Madrid donde los meritorios ejercían de figurantes, especialmente Arda Güler, que sigue sin pasar de jugador anecdótico cuando se le esperaba como alternativa. Eso hizo que antes del descanso el Leganés se acercara gracias a un penalti claro por una mano de Jacobo Ramón, que cortó fuera de la ley un avance de Juan Cruz, inductor y ejecutor de la pena. El penalti fue claro, un alivio para Alberola en una semana que empezó con Medina Cantalejo mandando a la nevera a Muñiz e Iglesias y con el Madrid intentando meter en la lavadora a todos los demás.
Tan bien estaba Rodrygo que Ancelotti le quitó en el descanso para no tentar la suerte. Le quiere intacto en el derbi. Así que repartió el partido con Vinicius, el más descansado de los magníficos a cuenta de su carácter explosivo, que le ha dejado sin tres partidos en enero. Entró al choque desatado. En apenas un minuto pudo marcar dos veces, con la derecha (la puntera de Soriano lo evitó) y de cabeza (le faltó pericia en el segundo palo). También se quedó al borde de una asistencia de fantasía a Endrick. En un equipo en el que todos quieren ser de izquierdas, él sigue siendo el mejor ahí. Fue un trueno desde que entró.
El problema es que Vinicius iba por un lado y el resto, salvo el intachable Modric, por otro. En plena caída de tensión defensiva empató accidentalmente el Leganés. De nuevo Juan Cruz, un alborotador, combinó con Brasanac y acabó disparando mordido. Un remate venial que convirtió en mortal un toque en la cadera de Mendy.
El peligro reactivó al Madrid. Un tiro de Vinicius recorrió la línea de gol sin cruzarla. Otro de Brahim, sutil, pegó en el larguero. En el banquillo ya no quedaban más delanteros que el canterano Gonzalo y lo metió Ancelotti. El acierto de la noche. En el descuento, Brahim encontró un hueco para sacarse un centro al área pequeña y allí metió su cabeza imponente el canterano para clasificar al Madrid y para poner un héroe en un duelo poco heroico.
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