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La Galerna

·28 settembre 2024

Los problemas de España se acabarán cuando se vaya Vinícius

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En algunas calles de Madrid se han guardado grandes colas para adquirir mascarillas FFP2 porque por redes sociales uno es más valiente que en la vida real. Se ha acercado un miembro de la Organización Mundial de la Salud con semblante serio y nervioso pensando que había un brote de Coronavirus y le han tenido que explicar que no, que la inversión en mascarillas era para poder llamar de todo a una persona sin que las autoridades pudieran leer los labios a los héroes que decidan volcar su frustración en el Civitas Metropolitano este domingo. La Fiscalía, por supuesto, aplaude la decisión de las mascarillas, ya que así no tendrá que justificarse cuando acepte el racismo como animal de compañía. Podrá abandonar aquello de “contexto de máxima rivalidad” y “apenas unos segundos” para cambiarlo por un inocente “sea el tiempo que sea, no pudimos leer los labios, así que mucho morro”.

Gonzalo Miró, multitertuliano, dijo en Cope que si un jugador se tapa la boca para hablar con otro, por qué no iba a poder hacer lo mismo un aficionado. Así abordó el tema del odio y el racismo, tan desbocado en nuestro país de un tiempo a esta parte. Emilio Pérez de Rozas, horas antes, aseguraba, con tono autoritario, que el racismo en España se acabará el día que se vaya Vinícius del país. Al menos no lo mandó a un sambódromo de Brasil. Ya hemos avanzado algo. O, al menos, no hemos tenido que coger el avión para echarle miles de kilómetros a nuestro interno olor a cerrado y barón dandy. Los directores de los programas en los que vomitaron esas barbaridades intentaron pasar página con una mezcla entre la gestión ‘Laudrupesca’ —mirar hacia otro lado mientras sucede la acción— y un maquillaje desganado en el que aparentan cierta indignación con lo escuchado. Lo que no hicieron fue expulsar a uno u otro, no vaya a ser que demos ejemplo en vez de buenos datos de audiencia.


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La Fiscalía, por supuesto, aplaude la decisión de las mascarillas, ya que así no tendrá que justificarse cuando acepte el racismo como animal de compañía. Podrá abandonar aquello de “contexto de máxima rivalidad” y “apenas unos segundos” para cambiarlo por un inocente “sea el tiempo que sea, no pudimos leer los labios, así que mucho morro”

Todo esto viene después de que a Endrick le hayan puesto un cuchillo en la mano tras un homicidio que no cometió y de que a Vinícius le cargarán la mochila de culpas cuando ni siquiera miró a un árbitro que, a su vez, cometió un fallo —o un acierto, según se mire— en la redacción de un acta manchado de vergüenza. Porque el relato vale igual para ocultar que para manipular. Con lo primero proteges y con lo segundo señalas. Pero la prensa nunca miente, que lo dijo David Bernabéu. Y tampoco genera odio. El odio se trae de casa, a poder ser bien vestido y con la cara lavada. Salvo si te has comprado mascarillas para ir al Metropolitano, que ahí tienes barra libre porque nadie te verá gran parte del rostro ni podrá decirte que dijiste no sé qué porque tus labios estarán escondidos y no aceptarán tampoco ser leídos en braille.


En esas estamos, con gente creyéndose graciosa y justiciera mientras sus padres batallan por llegar a fin de mes y darle la mejor vida posible. No hay tiempo para ayudar a poner la mesa o comprar lo que se necesita en casa para la hora de la cena, pero sí para crear un hashtag que recoja lo racista y miserable que soy. Un hecho denunciable y que debería generar alarma, pero que no abre tertulias ni ocupa portadas porque el medidor de visitas y el EGM no contemplan que Fulanito de tal te vaya a dar más números que una campaña de odio hacia Vinícius.

Por cierto, lo de Vinícius es temporal, pero todo lo que lo envuelve es perenne. Alguno se piensa que antes de Vinícius no se apedreaba el autobús del Real Madrid o no se odiaba al Real Madrid por ser lo que es. Pasó con Mourinho, con Cristiano Ronaldo y pasará con Endrick, al que intuyo como la próxima diana de los abyectos y prescindibles medios de comunicación. Curiosamente, todos extranjeros, dato a tener en cuenta a la hora de construir ese relato en el que la conclusión es que España no tiene ningún problema y que la culpa es de Vinícius por salir con escote y minifalda a la calle.

Alguno se piensa que antes de Vinícius no se apedreaba el autobús del Real Madrid. Pasó con Mourinho, con Cristiano y pasará con Endrick, al que intuyo como la próxima diana de los medios de comunicación. Curiosamente, todos extranjeros, dato a tener en cuenta a la hora de construir ese relato en el que la conclusión es que España no tiene ningún problema y que la culpa es de Vinícius por salir con escote y minifalda a la calle

A la espera de que se agoten las existencias de FFP2 y la generación dorada de este país acuda al Metropolitano a enseñarle a un chico negro cómo debe comportarse, otros chicos negros, pero no lo suficientemente buenos como para entregarse con ellos al clickbait, siguen denunciando insultos, ataques y encerronas en los campos y las gradas de este país. El último fue Uche, del Getafe, al que su propio presidente intentó silenciar como si en España la libertad de expresión fuera un lujo sólo al alcance de unos pocos. Lejos, lejísimos, quedan los casos de Rudiger, Nico Williams, Chukwueze o Cheikh Sarr, utilizados para noticias cortas que aparentan una cobertura falsa de lo sucedido. Ellos son un número, pero el que menos importa, el cero a la izquierda, no como Vinícius, que es otro número, aunque en este caso traducido a oyentes, espectadores y lectores. Ya tratan estos sucesos como cuando ves en el telediario que han muerto no sé cuántas personas el pasado fin de semana en carretera. “Casos aislados”, piensas, pero a mucha distancia de tu reflexión hay una familia rota por dentro pensando que seguramente sus últimas palabras al ya fallecido no fueron las correctas.

Así todo, la realidad, dolorosa y arrolladora, es que lo más importante en este momento es qué tipo de mascarilla comprar si se agota la FFP2. Eso, y que la prensa siga señalando al asesinado mientras lo acribillan a tiros desde un balcón.

Getty Images.

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