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La Galerna

·2 dicembre 2025

Ser del Madrid

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“Para cantar se necesita hasta la voz”, decía Alfredo Kraus. Para ganar también. Hasta las piernas. Hasta marcar goles. Pero no sólo eso. También hacen falta otras muchas cosas. Un ambiente sano, por ejemplo. Un vestuario unido. Un madridismo sereno. Si Kraus, quizás junto a Fritz Wunderlich el tenor de técnica más impecable del siglo XX, sabía que todo cuenta a la hora de emitir una nota, tomemos ídem. Kraus era el Kroos del canto (y pavo real, pavo real, viva la aliteración). La elegancia. La limpieza (en la emisión, en el pase). La perfección.  Kroos ya no está, como tampoco está Kraus. Se les echa de menos, sí, pero sus enseñanzas quedan.

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Viene esto a cuento porque, vamos a ver, yo me hice del Real Madrid para empezar a escapar de Logroño. Entonces no lo sabía -tenía siete u ocho años- pero ahora sí. Para poder respirar. Para abrir la ventana. Para ventilar un poco la habitación de provincias. Ese nombre, Real Madrid. Y ese uniforme blanco, blanco todo, puro blanco, blanco inmaculado, virginal, nuclear. El rayo de luz que se cuela por una rendija y deshace la oscuridad. Una ventana al mundo, una expansión del horizonte, una promesa de tiempos mejores, más aireados, más grandes. Lo contrario a la vida provinciana: alicorta, de vuelo bajo, gris, tranquila, aburrida. No más pasar por este mundo vistiendo camisa a cuadros y pantalones de franela. No más futuro de partida de mus, carajillo de pacharán y tiento a la parienta el sábado por la noche, a ver si hay suerte.


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Y el Madrid obró el milagro, vaya que si lo obró. El Madrid es esplendor, es alegría, es esperanza, es vitalidad. Es felicidad. Es todo eso o no es. Al menos para mí. Yo no quiero ser del Madrid para sufrir. No quiero ser del Madrid para criticarlo todo. No quiero ser del Madrid para tirarme de los pelos al primer tropezón. La vida al fin me sacó de Logroño. Y he paseado orgulloso mi madridismo en un Brasil rendido al Barcelona de Guardiola, Neymar, Messi, los batidos y Negreira. Y he sido madridista militante, orgulloso e incomprendido durante los cuatro años que pasé en Marte, o sea, en la California de los Warriors y los 49ers.

¿Cuántas Copas de Europa ganó el Madrid de los García? ¿Cuántas ganaron Santillana, Juanito, Stielike, Camacho? Yo nunca me he emocionado más que con aquel Madrid al que le faltaba calidad, pero no hombría

El Madrid es felicidad cuando gana, claro. Pero también cuando no lo hace. O cuando le cuesta. Esto muchos no lo entienden. Hablan de exigencia cuando lo que les mueve es la impaciencia. El Madrid no es grande porque gana, o no sólo por eso. El Madrid es grande aun cuando pierde. Porque la grandeza del Madrid no radica sólo en las victorias ni en las quince Champions. La grandeza del Madrid es no rendirse nunca. No dejar de porfiar jamás. Aspirar siempre a la excelencia. El Madrid, gracias a Dios es ganar, ganar y ganar. Pero su esencia es luchar, luchar y luchar. Lo primero es consecuencia de lo segundo. Y a mí las victorias me producen una alegría plena, extática. Pero el no rendirse nunca, el apretar los dientes cuando vienen mal dadas, el mantener la fe contra toda razón y contra toda esperanza, es lo que alimenta mi madridismo. Es lo que me emociona. Íntimamente. Profundamente. Taumatúrgicamente.

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¿Cuántas Copas de Europa ganó el Madrid de los García? ¿Cuántas ganaron Santillana, Juanito, Stielike, Camacho? Yo nunca me he emocionado más que con aquel Madrid al que le faltaba calidad, pero no hombría. Aquel Madrid que ahormó mi madridismo. Lloré sus derrotas y celebré sus victorias, y en unas y otras me sentí orgulloso de él. Con sus limitaciones. Con sus carencias. Pero con su orgullo incólume. Con su voluntad insobornable. Con su ambición a prueba de reveses. Con su madridismo esencial, último. Por ello, y no por sus títulos, han quedado para siempre en mi memoria.

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Tiene gracia, triste gracia, que medio siglo después me queráis quitar lo mejor del madridismo. Que gran parte del madridismo ande como pollo sin cabeza. Que Xabi ya no valga, y que no valga la mitad de la plantilla. Porque no ganan todo. Porque no juegan bien (como si jugar bien no consistiera única y exclusivamente en marcar más goles que el rival). Que si hay rencillas. Que si hay camarillas. Que si se hace o se deshace la cama del entrenador. Y tuiter hirviendo. Y las redes sociales hirviendo. Y whatsapp hirviendo. Dejadme en paz. Qué queréis que os diga. Uno no escapó de Logroño para acabar entre vosotros. Si queréis vivir vuestro madridismo como un via crucis, allá vosotros con vuestra amargura y vuestra miopía. Pero a mí no me jodáis.

Porque, aunque acaso nunca seáis capaces de entenderlo, para ser feliz se necesita hasta al Real Madrid.

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