
La Galerna
·23 settembre 2025
Todos los hombres de Xabi Alonso

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·23 settembre 2025
En la semana del fallecimiento del gran Robert Redford, su figura ha sido —merecidamente— homenajeada por doquier. De repente, la cara del de Santa Mónica se convirtió en ubicua, apareciendo hasta en las secciones de deportes de los telediarios. Teniendo en cuenta el abismo estético —e incluso emocional— que supone pasar del rostro del actor a sumergirse en el barrizal que suele constituir la actualidad de la liga española, algún redactor ha tratado de suavizar el contraste incluyendo en el siguiente corte de la escaleta la efigie de Xabi Alonso. Un truco inteligente: del brillo crepuscular de Memorias de África a un plano medio del guipuzcoano, enfundado en un jersey de pico, oteando el horizonte con mirada analítica. Logrando así que la elegancia no se interrumpa, sino que mute de acento.
Bromas aparte, hay algo en la estampa de Xabi Alonso que recuerda verdaderamente a Redford, más allá del perfil de actor europeo que se resiste a las prisas. Ambos comparten esa clase que no se entrena: la del tipo que entra a una habitación y no necesita decir nada para que todos lo escuchen. Redford tenía el rancho en Utah y una biblioteca de guiones subrayados; Xabi, en cambio, lee la JotDown —¿y La Galerna?—, cita a Stefan Zweig en entrevistas y aparece en fotos con trajes que harían que Ralph Lauren se levantase a aplaudir. Los dos se han manifestado como maestros en conseguir que la cara de póquer constituya una pose interesante antes que una inexpresividad bobalicona. Cuando veo una rueda de prensa de Alonso, alguna vez he evocado las escenas de El mejor: ese batear las preguntas incómodas con voz baja, pausada, propia de quien ha leído mucho entre líneas. Qué quieren que les diga, no hace falta ser Carlos Marañón para encontrar lazos simbólicos entre el fútbol y el cine.
Redford tenía el rancho en Utah y una biblioteca de guiones subrayados; Xabi, en cambio, lee la JotDown —¿y La Galerna?—, cita a Stefan Zweig en entrevistas y aparece en fotos con trajes que harían que Ralph Lauren se levantase a aplaudir
Por otro lado, el banquillo del Madrid es menos un sitio físico que un estado mental. Gestionar esa mezcla de egos y talentos resulta más complicado que la trampa final que Newman y Redford planearon en El Golpe. La activación del conjunto de la plantilla dista mucho de un juego inocente y desenfadado, como aquellos truquitos de Sundance Kid para despistar a la policía. Se trata de un ajedrez emocional: Güler pide protagonismo, pero una estrella Bellingham no puede salir del guion; Brahim últimamente aprovecha menos sus quince minutos, mientras que Rodrygo espera su close-up. Y luego hay cuestiones aparte, como la situación de Vini, primera patata de veras caliente para el tolosarra en el club, que a este paso terminará abrasadora si no se ataja a tiempo.
Desde sus inicios en el Bernabéu, Vinícius Júnior podría haber recordado a aquel joven reportero novato que cree que puede cambiar el mundo con una pluma —en su caso, con un regate—. Sin embargo, en esta ocasión la alegoría periodística pasa de forzada a directamente inadecuada cuando uno recuerda que varios de los lugares donde el brasileño tiene más enemigos irreconciliables son, precisamente, las redacciones de algunos medios de comunicación. Bien por la frustración proporcionada por sus fallidos pronósticos iniciales acerca del carácter de paquete de Vini, bien por cuitas personales más o menos conocidas, bien por la antipatía que despierta su personalidad. Fuera de los medios más explícitamente afines al club y a la selección carioca, Vinicius cada vez cuenta con menos partidarios, y las provocaciones —no hablo ahora del infecto racismo sino de asuntos no delictivos, como la cutrez de los balones de playa— se ven alimentadas día a día desde más altavoces. Para un futbolista tan pasional, la pérdida del Balón de oro 2024, las chanzas posteriores y el escrutinio ante cualquier gesto poco inteligente están conformando el primer obstáculo demasiado elevado para superar sin ayuda. Parece desorientado, perseguido por fantasmas cuyo origen desconoce, como el protagonista de Los tres días del Cóndor. Ahora mismo juega como si tuviera que demostrar algo cada vez que toca el balón, y eso, en fútbol, como en cine, se nota demasiado.
La situación de Vini es la primera patata de veras caliente para el tolosarra en el club, que a este paso terminará abrasadora si no se ataja a tiempo
Xabi Alonso lo sabe. Del mismo modo que es consciente de que no va a bastar una charla motivacional al uso. En todo caso, la solución pasa por devolver a Vini el contexto narrativo que ha perdido: otorgarle confianza sin abrumarlo con responsabilidad, y sin que la liberación de responsabilidad le afecte a la confianza. Nada fácil, casi una cuadratura del círculo. Alonso deberá imitar a Redford en Spy game: maniobrando con sutileza en un segundo plano, sin dejar que se note que todo pende de un hilo, afanándose en rescatar al personaje principal antes de que le caiga —o le tiren— la película encima.
Incluso quienes somos devotos de Xabi, hemos de reconocer nuestro desconocimiento acerca de si está preparado para una empresa tan delicada, de equilibrio tan precario. Una operación que sobrepasa los puros conocimientos futbolísticos. Sea como fuere, a estas alturas es irrelevante: la vorágine del Madrid y la maldición de su circo externo anexo no esperan a nadie. Hubo quien sentenció, ignoro si refiriéndose a Robert Redford, que todo gran director también es un poco actor. A lo que habría que añadir que, por suerte o por desgracia, todo buen entrenador, también.
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