La Galerna
·2 dicembre 2025
Xabi en el laberinto

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·2 dicembre 2025

Hubo una imagen terrible, en el rush final del partido del Madrid en Montilivi del domingo por la noche: en pleno afán por la remontada, Vinicius fue a sacar un córner y se detuvo cuando su entrenador, corriendo la banda como cuando celebró el gol de Ramos en Lisboa, se lo impidió a voces para que lo lanzara Trent Alexander Arnold. Hay situaciones en las que la gravitas imprescindible a todo líder, que para los romanos era una cosa parecida a la seriedad, se pierde como cuando se estrella contra el suelo un vaso lleno de leche. Esa fue una de ellas.

Xabi Alonso, que tiene los tics guardiolistas de todos los entrenadores modernos, olvidó que era el entrenador del Real Madrid. Que puede estar loco y ser un ridículo, pero nunca parecerlo.
La culpa, desde luego, no es suya. Entre las manos tiene un problema insoluble: Bellingham, Vinicius y Mbappé no conjugan. No pueden jugar juntos, son como el agua y el aceite al menos, claro, que el equipo se resienta miserablemente: tiene mérito que, por separado, sean tres tíos a los que se les caen los goles de los bolsillos, con los tres en el campo el Madrid tenga menos gol que la Crazy Gang del Wimbledon de Vinnie Jones.

Alonso, por tanto, está en un laberinto del que en todo caso, sólo puede salir por arriba. O sea, cortando el nudo gordiano: ha de prescindir de uno del Big Three si quiere llegar a Navidades y no pasar a la Historia como el segundo Lopetegui.
La BMV ha sido un buen chasco. El propio Bellingham es un enigma táctico. Su combinación en un esquema decente es más complicada que hacerle entender al boomer medio que el Estado se dirige al colapso. De hecho, se diría incluso que el aberrante mes largo que el Madrid de Alonso nos ha entoligado a nosotros, sufridores hinchas (que es en sí mismo un concepto en desuso, en franco declive), empieza con la inclusión de Bellingham con calzador en el once.

Alonso se equivocó sustituyendo a Vinicius contra el Barcelona, cuando era el mejor, y luego sin que sus aspavientos tuvieran el mismo castigo que el desacato: público y ante millones de telespectadores, que nos quedamos seguros, como toda la caseta, de la quiebra de la auctorictas del entrenador.
del laberinto sólo se sale por arriba, y de todas formas el ruido de las decisiones drásticas, que causan mucho revuelo, se apaga en cuanto se encadenan dos buenos resultados. Alonso se juega su futuro en Bilbao y contra el City
Pero a Alonso le pusieron entre las manos un Ferrari eléctrico cuya batería es corta, cortita. Nadie lo dice pero todos sabemos, como se saben estas cosas, que hay tres que tienen que jugar siempre. Eso, sumado a que falta un regista, un motor, un mediocentro homologable siquiera lejanamente a Kroos o Modric, grava en exceso el juego de un equipo no ya inacabado, sino inempezado: nonato, pues la ansiedad recarga el peso de los empates en campos menores y alimenta la trituradora de almas que ya suspira por la de Alonso y se relame anticipando el turrón navideño.

Para este tipo de situaciones, Ancelotti era un fenómeno. Pero al propio Carletto la dimensión del problema le pasó por encima. Alonso tiene toda su carrera por delante, pero la oportunidad de entrenar al Madrid rara vez se presenta dos veces. Sentar en el banquillo a Mbappé, Vinicius o Bellingham, sobre todo al primero y al último, se antoja, además, un desafío directo a la política deportiva presidencial. Y eso lo saben Alonso pero también el 9, el 5 y el 7, que como no ha renovado y tiene el carácter de un cimarrón, parece predispuesto a considerar este rol secundario como un agravio intolerable.
Pero lo que no se puede tolerar, en el fondo, es que el Madrid exhiba semejante impotencia ante rivales de medio pelo teniendo en cuenta prestigio, presupuesto y los nombres que alinea sobre el campo cada jornada. También está el hecho de que Güler o Camavinga han justificado en pocas ocasiones tantísimas esperanzas puestas en ellos, con lo que el equipo, que no tira con lo que hay, se empecina en fórmulas manifiestamente inservibles en lo que se sospecha bloqueo mental de un míster superado por los pocos años que hay todavía en su hoja de servicios.
Repito que del laberinto sólo se sale por arriba, y de todas formas el ruido de las decisiones drásticas, que causan mucho revuelo, se apaga en cuanto se encadenan dos buenos resultados. A pesar de toda la modernidad de la que se suponía venía precedido, Alonso se juega su futuro en Bilbao y contra el City, en casa. O sea, lo de siempre: puerta grande o enfermería. Y yo la verdad es que, a estas alturas, prefiero que no haya hule y Xabi triunfe por encima de jugadores y miopías de la dirigencia, pues es imposible no simpatizar con un tipo que le dobló la mano a Hacienda.
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