
La Galerna
·25 de agosto de 2025
Cuando hay rivales por todas partes

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·25 de agosto de 2025
De niño fui un delantero extraordinario, siempre que no le preguntes a mis compañeros de clase. Mi ingente capacidad goleadora dependía de un hecho ajeno al fútbol, pero no a la psicología de masas: jugar siempre con los mejores, algo que lograba con habilidad en cada partido en el recreo en el transcurso de las negociaciones previas. Hay quien desestima los éxitos obtenidos en esos breves partidos de patio de colegio, en beneficio del prestigio de las grandes competiciones juveniles oficiales. Craso error. El fútbol de verdad estaba ahí y de eso no me mueve ni —Ricardo— de Burgos Bengoetxea.
Aquellos eran partidos improvisados de 20 o 25 minutos. En ocasiones jugábamos en divertido desequilibrio, quince contra doce, y juro que he participado también en encuentros de una clase contra otra en los que competíamos 80 niños divididos en dos equipos en un campo de fútbol sala, y todos vestidos igual. El principal riesgo de estas competiciones no era marcar goles, o incluso evitar darle el balón a un rival, sino lograr terminar el partido sin haber impactado con la cabeza contra el cráneo de cualquier otro futbolista, fuera del equipo que fuera, y terminar ambos en las camillas de la enfermería viendo pajaritos piando en círculo.
La asignatura de la recuperación del balón la hemos superado con sobresaliente. Y, sin embargo, a los nuestros les sigue costando la genialidad individual al borde del área rival. Y que salga bien, claro
La inmediatez y la prisa lo cambian todo. En ese fútbol de emergencia no sirve de nada la posesión. El mejor Barcelona de la historia habría perdido todos los partidos contra nosotros entonces. Lo único que allí servía de algo era marcar más goles que el rival y hacerlo lo bastante rápido como para que la sirena del final del recreo no te dejara fuera de juego. La consecuencia era un fútbol netamente ofensivo, repleto de individualidades.
Me acordé de esta historia en los dos últimos partidos del Real Madrid. El sistema ha cambiado. Los nuestros juegan juntitos, no pierden el balón y, en caso de que ocurra, el esfuerzo defensivo se redobla en todas las líneas para recuperarlo cuanto antes. Felicísimo cambio que muchos hemos venido pidiendo jornada tras jornada durante la pasada campaña. El Madrid perdía balones arriba con extraordinaria habilidad y la mitad de la plantilla se sentaba a esperar que alguno de los defensas obrara el milagro de recuperarlo. El fútbol de hoy requiere otras maneras.
En cierto modo, el fútbol de ahora se parece mucho a mis partidos de escuela. La proximidad de líneas es inevitable cuando juegas en un campo de fútbol sala con equipos que duplican o hasta cuatriplican el número reglamentario de jugadores establecido en esta disciplina. Es más fácil ejercer presión en grupo cuando al contrario no le queda sitio, literalmente, para jugar, salvo enfrentándose cara a cara con los otros.
La asignatura de la recuperación del balón la hemos superado con sobresaliente. Con todo, sigue habiendo un problema cuando los equipos se instalan en bloque en su área. La posesión infinita, no arriesgar el balón, y recuperarlo rápido son útiles, pero no son cosas definitivas. El primer partido de liga del Real Madrid fue eficaz, pero durmió a las ovejas. Contra el Oviedo pudimos ver otras cosas.
Y, sin embargo, a los nuestros les sigue costando la genialidad individual al borde del área rival. Y que salga bien, claro. Franco, con felicísimo desparpajo, lo intentó cien veces, y la mayoría no salieron; entre otras razones porque, al pisar área ovetense, los jugadores contrarios tenían orden de aplacarlo de tres en tres, aprovechando que De Burgos estaba De Cañas. Rodrygo y Vini lograron llegar más lejos en esas tentativas individuales. Y alguien debería explicarme por qué Brahim ha dejado de arriesgarse al uno contra uno esta temporada; hoy es mucho más eficaz como jugador de equipo, sí, pero hemos perdido, confío en que momentáneamente, uno de los metales escasos del fútbol moderno: el talento de la individualidad. Quiero suponer que no lo intenta porque no se ve con la condición física o moral necesaria para salir con éxito del lance, pero haría bien el Madrid en llevarlo al taller cuanto antes, porque sospecho que, titular o suplente, volverá a ser determinante esta temporada, si vuelve a su mejor versión.
La viveza de Mbappé, que ha empezado el curso con el motor engrasado, y el recurso a Gonzalo nos dan esperanzas sobre cómo el entrenador logrará dar mayor dinamismo a nuestro esquema en el campo para afrontar la actitud ultradefensiva de gran parte de nuestros rivales más coñazo, futbolísticamente hablando. Y ya sé que nos falta aún por ver cómo se comportarán los nuestros con equipos de más categoría que nos jueguen de tú a tú, como dicen los comentaristas ahora, como si hubiera equipos que nos jugaran de tú a otro.
Una de las razones para ilusionarse con el equipo este año es que pocas veces se ve con tanta claridad la influencia de un nuevo modelo de juego y de un nuevo entrenador. Cada cosa en que pone el acento durante la semana se plasma en el campo, siendo la presión de los delanteros una de las más evidentes. Yo ahora estoy deseando que ponga el acento en las maneras de romper el muro cuando un rival se encierre en su propia área; sin contar solo con los zapatazos desde donde De Burgos perdió el silbato.
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