
La Galerna
·04 de março de 2025
Europa: el corral del Real Madrid

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·04 de março de 2025
Perdida la liga, o entregada a sus captores, el Madrid afronta otra vez una eliminatoria de la Copa de Europa como la enésima posibilidad de redención. O de purga. Europa, entendido como el reino elemental de la grandeza, ofrece la ocasión de depurarse. La verdad es que lo doméstico ha cogido ya una hechura patológica, de enfermedad y, de pronto, uno de los máximos exponentes de sus miasmas, el Club Atlético de Madrid, aparece por la puerta del Bernabéu bajo los sones de otra música distinta, la del himno de la Champions.
Cada gallo canta en su gallinero y Europa es el gallinero del Madrid. Ahora que vivimos unos tiempos en los que se habla de Europa, Europa esto y Europa lo otro, Europa para arriba, Europa para abajo, yo propongo una definición mínima de Europa: el corral del Real Madrid.
Ahora que vivimos unos tiempos en los que se habla de Europa, Europa esto y Europa lo otro, Europa para arriba, Europa para abajo, yo propongo una definición mínima de Europa: el corral del Real Madrid
Antes se decía, como nota nostálgica entre muchos españoles, aquello de menos mal que nos queda Portugal. Hoy eso, los madridistas, lo decimos de Europa, donde aún se puede respirar. Si en España, cada vez que se enfrenta al equipo de Simeone, el Madrid, involuntariamente, se empequeñece, en la Copa de Europa ocurre lo contrario. Y son ellos quienes de pronto reviven en su sangre el latido de la eterna servidumbre, el miedo ancestral del campesino ante el señor, y desprenden todo el tiempo el elixir de la tragedia. Europa invierte los términos y hay que subrayar que aquí, con árbitros más neutrales, y por qué no decirlo, mucho mejores, las patadas son faltas y tarjetas amarillas; el ambiente no se encenaga, todo es más limpio y luce otro sol en medio de la noche, el sol del Madrid, que casi nunca se apaga cuando en frente hay señores mirando y no sicarios.
La atmósfera, en todos los campos españoles, es completamente atroz, infumable. Da igual que se trate del Villamarín que de Getafe, del Sadar o de Mestalla. Todo es de una anemia moral inaguantable, territorio del lumpen y lonja del perjurio. El Madrid es un club y un equipo que va a su aire y eso es lo que jamás soporta el resto de españoles, incapaces de concebir una independencia con respecto del control social que ejerce la tiranía del grupo bienpensante. Las almas bellas no se salen ni un centímetro de lo que está mandado pensar, y el verso suelto es aniquilado, sepultado por toneladas de envidia, rencor y ruindad. Por eso se odió a Cristiano Ronaldo y por eso se odia a Vinícius. Como trasuntos de la libertad personal desacomplejada, que no pide perdón, son las mejores encarnaciones del club al que representan.
En Europa los hechos se imponen con su fuerza bruta elemental: el mejor es el que gana por sus propios medios
Todo eso, sin embargo, en Europa, es admirado. Por eso el Real, allende los Pirineos, es eterno. La convicción de estar peleando por lo bueno y por lo justo termina imponiéndose siempre a todos los relatos, a que tan dados son los antimadridistas españoles y con los que terminan estableciendo los parámetros de lo que, aquí, en esta España minúscula y reducida al puro estado de opinión animal, está bien o está mal. En Europa los hechos se imponen con su fuerza bruta elemental: el mejor es el que gana por sus propios medios. El talento es un estímulo colectivo, no un motivo de burla y escarnio general. Impera el adagio antiguo del altius, citius, fortius y la corrupción del pícaro y toda esa laxitud en la condena del delito no tiene sentido porque implica la degeneración de lo que es de todos.
Si el Madrid enaltece a Europa, España lo lastra irremediablemente con su fango maldito. El Atlético es la mejor metáfora de ese fango imposible de quitar por más que se trate de lavar: un club secularmente envidioso que en cada momento fundamental de su historia eligió la sumisión, el fraude y el engaño.
El otro día, escuchando por accidente la final del concurso del Falla, un cuarteto, que resultó luego ganador, iba del Ku Klux Klan y dijeron de Vinícius que era el único negro que es para matarlo. Todo el teatro se partió la caja y uno de los comentaristas, humorista oficial de la Junta (antes con el PSOE, ahora con el PP, Manu Gatopardo) elogió “la irreverencia”. Pensé al escucharlo que aquello era, esencialmente, el ser del Atlético de Madrid, el mejor club que encarna la España del momento, una nación abonada a la mentira que, por enemigo, tiene al Madrid, que también, por accidente, nació en esta tierra cuando de ella levantaba para siempre el vuelo la lechuza de la Historia y de la decencia.
El Atlético de Simeone está en su salsa dentro de la charca española, pero en Europa… Europa es otra cosa, el lugar donde no es posible esconderse
El Atlético de Simeone está en su salsa dentro de la charca española, pero en Europa… Europa es otra cosa, el lugar donde no es posible esconderse. Europa, como los toros bravos y nobles, obliga a retratarse, demanda del que quiere ganarla su verdad. ¿Cuál es la verdad del Atlético de Madrid? No sabría si preguntárselo a los Gil, a Cerezo, al entrenador mejor pagado del fútbol europeo o a su afición, que propende a la innobleza en cuanto tiene delante un trapo blanco y a las pruebas gráficas de los derbis me remito.
En este escenario el Madrid, el Real Madrid, con o sin jugadores, dispone y entrega siempre el alma. El alma del Madrid es de una hidalguía española ya extinta que se conserva en el Bernabéu como en un laboratorio. El Madrid se arroja al cráter de la Copa de Europa como Empédocles sobre su volcán. No hay posibilidad de pacto ni transición cuando se trata de la vida o de la muerte. En eso consiste su superioridad ontológica sobre todos los demás, la razón esencial de por qué acumula más trofeos que el resto.
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