Finalista VI Certamen de Cuentos Madridistas de Navidad | OneFootball

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·23 de dezembro de 2025

Finalista VI Certamen de Cuentos Madridistas de Navidad

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Siempre vuelve

Arturo tiró las cartas sobre la mesa del recibidor y cerró la puerta. Era Nochebuena y no tenía ganas de nada, aunque sólo era la una del mediodía. Aún no había nadie en casa, su hijo estaría jugando con los amigos y su mujer trabajando, y la cena era en casa de sus padres, no tenía que preocuparse de eso, pero estaba amargado por todo: el trabajo, problemas físicos, de salud, discusiones con Sonia a todas horas… y el Real Madrid que no arrancaba. Y le carcomía por dentro el hecho de que parecía que le preocupaba más eso que el resto de cosas, y eso no era normal. Estaba de mal humor todo el día, y quería que echaran a media plantilla y al entrenador, eran unos inútiles, y Florentino debía dimitir. Y Sonia le decía que no se centraba en la familia, que esto iba a acabar mal.

Entró en la cocina, abrió la nevera y cogió una cerveza, y al cerrarla pegó un grito y se le cayó el bote al suelo ya abierto, llenando todo de cerveza: allí, detrás de la puerta, había un hombre y notó que se mareaba y empezaba todo a dar vueltas y oscurecerse. Y notó que él también caía al suelo. Estaba perdiendo el sentido y de pronto empezó a ver de nuevo y a serenarse. No estaba en la cocina, miró a un lado y dio un respingo, ese hombre estaba con él. Le sonaba muchísimo, pero no sabía quién era. Miró alrededor, y estaba en un vestuario, pero muy antiguo, bancos no muy modernos, con ropa colgada, y no eran de esta época. Todo parecía de otra época. De pronto se abrió la puerta y empezaron a entrar jugadores de fútbol. Las botas eran, cómo decirlo, extrañas. Y sabía que eran del Madrid por el escudo, pero faltaba la corona de arriba. La camiseta era rara, con botones en el cuello.


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Entró el técnico, cerró la puerta y empezó a dar un discurso. Les decía que a pesar de ir perdiendo tenían que darlo todo en la segunda parte, que después de un partido de desempate no podían perder la oportunidad, que había que levantarlo. Los jugadores no le veían, y al lado suyo había uno al que llamaban Eulogio, y uno de los jugadores se dirigía a él como hermano. No sabía dónde se encontraba. De pronto, el hombre que estaba en la cocina, le tocó en el brazo y aparecieron en la grada.

Se le acercó y le dijo “15 de mayo de 1917, partido de desempate del Campeonato de España entre el Madrid F.C. y el Arenas de Guecho. Estamos en Barcelona, en el Camp del Carrer del Muntaner. El Madrid pierde 0-1, minuto 74”. El hombre tenía un marcado acento argentino. Arturo miró el partido y enseguida el Madrid hizo gol. De pronto. el encuentro pareció acelerarse y jugaban como a cámara rápida. El hombre se acercó y le dijo “en esta época era todo diferente, se jugó una prórroga de 20 minutos, seguían 1-1, y entonces se juega otra prórroga. Estamos en el minuto 113”. Arturo, ensimismado, vuelve a mirar al campo y, al momento, gol del Real Madrid.

Se acerca el argentino y le dice “campeones del Campeonato de España, lo que hoy en día se conoce como la Copa del Rey, vamos. Sigamos”. Le tocó en el brazo y otra vez la sensación de mareo y todo dando vueltas. De pronto todo se calma, y ve que está sentado en el vestuario del Real Madrid. Lo sabe porque ha hecho el Tour del Bernabéu, lo conoce y ve las fotos de los jugadores encima de cada taquilla. De pronto, entran todos y no traen buena cara. Detrás, Xabi cierra la puerta y empieza a decirles que es infumable, que no han hecho las cosas que ha pedido. Todos están cabizbajos, van hablando y nota que es capaz de saber qué piensa Vinícius, Bellingham, Courtois, Carreras, Fran…

Se gira al argentino y le dice: “es el día del Celta, nos han ganado 0-2, yo estaba en la grada”, el argentino asiente. Oye los pensamientos, todos están fastidiados, tanto como lo estaba él, sienten que han hecho un partido para olvidar y que no han demostrado lo que saben hacer. Están dolidos, hundidos. Arturo siente una sensación rara, jamás hubiera pensado que se podrían sentir así. Él sólo piensa que son unos mercenarios, unos miserables y ve que están sufriendo y pasando un mal rato. Arturo vio que el brazalete de capitán estaba cerca de él, lo tocó con el pie y se movió, así que se agachó y lo cogió. Nadie lo observaba y se lo guardó en el bolsillo. Qué raro era todo aquello. De pronto escuchó a Xabi:

—De esta solo salimos juntos, apretando todos. Aquí no hay señalados, somos todos. El público va a pedir nuestras cabezas, la mía la primera, soy el máximo responsable y lo asumo, pero luego irán por vosotros, he estado ahí y sé lo que pasa. Vamos a salir juntos, pero tenemos que hacer un esfuerzo enorme y apretar. Tenemos que luchar cada minuto como si fuera el último, no podemos terminar el año de mala manera. Estamos muy cerca de dar con la tecla, de verdad, pero es juntos, con esfuerzo, y haciendo lo que entrenamos. De verdad, hacedme caso, tenemos tiempo, pero tenemos que luchar todos…

Dejó de escucharle, volvió a sentir que le tocaban el brazo y se mareaba, todo daba vueltas. Cuando se recuperó, había un grupo de gente en una sala de trofeos y miró alrededor: estaban en el Bernabéu, pero veía algo distinto a la última vez que estuvo. Se puso a contar copas de Europa, y parece que había mínimo 20, pero no pudo terminar, el argentino le agarró del brazo y lo llevó a un grupo de gente. Había una pareja de abuelos y luego un chico más joven con un niño pequeño que iba preguntando. Miró al abuelo y, ¡qué demonios!, ¡era él de viejo!, miró rápido a la mujer y era su adorada Sonia, viejita pero guapísima como siempre. Arturo se emocionó y dejó caer una lágrima. El chico más joven era su hijo Adrián, y ya tenía su propio hijo. Aquello le emocionó demasiado. Su hijo Adrián le decía a su hijo “por eso nos dieron el título de mejor equipo del siglo XX, y al paso que vamos, el del siglo XXI será nuestro también, ¿eh papá?”. Le volvieron a agarrar el brazo, se alejaron, el argentino le miró y le dijo:

—Recuerda la esencia del club: levantarse siempre y no dejarlo de intentar nunca. Eso vale no solo para el deporte, sino para la vida. Has visto una muestra del ayer, del hoy y del mañana, del equipo, de tu vida, todo se arregla cuando se lucha por ello, y la familia también. No lo olvides nunca.

Arturo estaba emocionado. Detrás del argentino había una inscripción en la pared “Ningún jugador es tan bueno como todos juntos, Alfredo Di Stéfano”. Iba a agarrarle el brazo y sabía que venía el mareo. Se separó y le dijo: “pero tú eres Di Stéfano de joven, ¿verdad? ¿esto es un sueño?”, y le dijo el argentino: “dale, qué boludo que sos”... Vino el mareo y se sentía con mal cuerpo, le dolía todo.

Abrió los ojos, estaba en la cocina, en el suelo, y le dolía la cabeza del golpe que se había dado al caer. Se levantó y miró a todos lados. Menudo follón tenía, con cerveza por todo el piso y dolor en la cabeza. Se levantó, recogió todo y se fue a la ducha. Pensó en el sueño extraño que había tenido mientras estaba desmayado y se rio con fuerza, qué locura de sueño. No sabía cómo pero, al menos, eso le había devuelto las ganas de celebrar las Fiestas y celebrar la Navidad, ¡qué demonios!

Su cabeza estaba a tope. Nada estaba perdido y Sonia tenía razón, tenía que pensar más en la familia y preocuparse de las cosas importantes. ¿Y el Madrid? Y dijo en voz alta: “Siempre vuelve, y tú también, que eres madridista”. Sintió una energía renovada y ganas de hacer de todo y vivir con alegría. Pensó en qué regalar a Sonia, a Adrián, en ir pronto a ayudar a su madre con el asado para la cena.

Al salir de la ducha, metió la ropa en el cubo de la ropa sucia, y no se fijó en que del bolsillo del pantalón caía algo y se entremezclaba con el resto de la ropa. Era el brazalete de capitán del Real Madrid.

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