La Galerna
·23 de dezembro de 2025
Finalista VI Certamen de Cuentos Madridistas de Navidad

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·23 de dezembro de 2025

Nadie en Palancares del Alba recordaba una Navidad como aquella, en la que el frío llegó antes que los villancicos y el silencio cayó sobre las calles como un mantel recién lavado. El pueblo entero parecía suspendido en un sopor antiguo, como si los días no avanzaran y las noches se quedaran detenidas en un resuello de escarcha y luna. Fue entonces cuando volvió Martín Santacruz, después de diecisiete años lejos de su tierra, cargando en la mirada la sombra de los que regresan sin saber si aún pertenecen al lugar que los vio nacer.
Lo primero que hizo al llegar fue empujar la puerta de la vieja casa de su abuela, aquella mujer de manos tan fuertes que podía amasar pan y esperanza con la misma facilidad. Desde el umbral reconoció el olor a madera envejecida, a limón y romero, a invierno vivido muchas veces. Pero lo que más le estremeció fue ver, sobre la mesita del salón, el mismo objeto que recordaba de niño: un pequeño belén dorado y púrpura, coronado por una estrella de blanca y por una figura extraña, un ángel con una camiseta diminuta del Real Madrid, bordada por la abuela en un gesto de humor que la familia nunca supo si era ironía o devoción.
Porque en Palancares del Alba no había religión más arraigada que el madridismo, que allí se vivía como un rito casi mitológico. Cada partido era celebrado como si en juego estuviera el destino de la vida misma. Bastaba que el equipo ganara para que los naranjos dieran más frutos, para que el pan creciera más esponjoso y para que las lluvias, siempre caprichosas, decidieran bendecir los campos. Y cuando perdía, los ancianos del lugar aseguraban haber visto al cielo volverse más gris, a las aves emigrar antes de tiempo y a la esperanza marchitarse un poco.
Martín había heredado ese fervor como se hereda un apellido. Lo llevaba en el pecho como una cicatriz luminosa, incluso cuando vivió en otros países y en otras vidas. Por eso, al ver aquel belén madridista, sintió que el tiempo lo golpeaba con la fuerza de las memorias que nunca se fueron.
Su abuela ya no estaba. Había fallecido dos inviernos atrás, mientras escuchaba un partido en la radio, celebrando el enésimo gol de un muchacho del que nadie en la familia recordaba el nombre. Pero la casa seguía intacta, como si ella hubiera salido un momento a comprar pan.
Martín despertó sobresaltado por un murmullo que no conocía. Era un sonido tenue, casi musical, como un cántico antiguo. Al abrir los ojos vio que la estrella blanca del Belén brillaba con una intensidad que no tenía explicación. La luz se derramaba por las paredes, dibujando sombras que parecían moverse con voluntad propia.
Y entonces, escuchó una voz.
— Has vuelto justo a tiempo.
No había nadie más en la habitación. Sin embargo, la luz se onduló, y de ella surgió la figura del ángel madridista, que ya no era de cerámica sino un ser vivo, con alas translúcidas que vibraban como cristales al viento. Su camiseta blanca emitía un resplandor puro, y el número diez brillaba en su espalda con un fulgor sobrenatural.
Martín no sintió miedo. Solo una nostalgia tan honda que casi le hizo llorar.
—¿Quién eres? —preguntó.
—Soy el guardián del espíritu blanco —respondió el ángel—. Y vengo porque esta Navidad tu abuela te dejó una tarea que solo tú puedes cumplir.
La casa tembló ligeramente, como si confirmara aquellas palabras.
—Palancares del Alba se está apagando —continuó el ángel—. La gente ha perdido la fe: en la vida, en los milagros y en el equipo que siempre los mantuvo soñando. El pueblo se ha quedado sin luz por falta de esperanza. Y la esperanza es como la hierba del campo: si no se alimenta, muere. Tu abuela sabía que el pueblo necesitaba un nuevo guardián. Te eligió a ti.
Martín no entendía, pero sintió un calor agudo en el pecho, como si un fuego antiguo hubiera despertado.
—¿Y qué tengo que hacer?
—Recordarles quiénes son. Recordarles lo que eran cuando creían. Esta Navidad, devuélveles la luz.
Y así, la habitación volvió a ser la de siempre: oscura, silenciosa, inmóvil. El ángel se había ido, pero había dejado una estela de luz blanca que tardó horas en desvanecerse.
Durante los días siguientes, Martín comenzó a recorrer el pueblo. Visitó a los aficionados más longevos, a los niños que nunca habían visto un partido completo, a las familias que ahora vivían con una rutina sin ilusión. Les hablaba de su abuela, de las noches en que el pueblo entero se reunía en la plaza para escuchar los partidos por la radio, cuando cada gol hacía temblar las ventanas, cuando cada victoria era una fiesta y cada derrota una excusa para juntarse y consolarse. Algo comenzó a cambiar.
Primero, un niño colgó una bufanda madridista en su ventana. Luego, una anciana puso una vela en el balcón “para que vuelva la luz del espíritu”, dijo. Después, unos jóvenes desempolvaron una bandera enorme que llevaban años sin desplegar.
El 24 de diciembre, sin que nadie lo planeara, el pueblo entero salió a la plaza. Llevaban camisetas, bufandas, gorros blancos. Algunos cargaban instrumentos, otros dulces navideños, otros simplemente ilusión recuperada. Había música, risas y un brillo en los ojos que no se veía desde hacía años.
Fue entonces cuando las campanas repicaron solas, aunque el campanero juró que no las había tocado. En el cielo apareció una estrella enorme, blanca, que iluminó el pueblo con una claridad de mediodía.
Martín supo en ese instante que la misión estaba cumplida. No había hecho un milagro: solo había recordado al pueblo lo que siempre había sido.
Un niño se acercó a él y le preguntó:
—¿Esto es Navidad o es el Real Madrid?
—Es las dos cosas —respondió—. Porque aquí la Navidad siempre fue blanca, y el madridismo siempre fue liturgia.
Y mientras la gente cantaba villancicos transformados en himnos, mientras el aire frío traía olor a esperanza recién nacida, Martín sintió que su abuela lo abrazaba desde algún rincón del tiempo.
La estrella brilló una última vez, y el pueblo entero quedó envuelto en una luz tan pura que, durante un instante, pareció que la Navidad y el madridismo eran la misma devoción.
Imágenes Gemini









































