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·16 de abril de 2025

Palestino golpeó sobre el final y quedó en la cima

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Por Ignacio Osorio

A raíz de los eventos, ceremonias, homenajes y actividades varias que se enmarcan en el centenario de Colo-Colo, cómo no, la figura de su fundador, principal capitán y jugador mártir, David Arellano, ha tenido un pequeño revival que ha permitido re estudiar y difundir un poco más sobre su figura, probablemente, la más relevante al menos en la etapa fundacional y de primeros cimientos de nuestro fútbol.


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Una frase clave en la mitología colocolina es “Colo-Colo no tuvo infancia, nació grande” y esto es bastante cierto debido a hechos concretos y comprobables, precisamente derivados del trabajo y forma de pensar del propio David Arellano, lo que se traducía en algo que a mediados de los años 20 del siglo pasado se denominaba como “fútbol científico”, lo que era, nada más y nada menos, que prepararse para hacer del fútbol una actividad profesional, de alta preparación y donde, poco a poco, el jugador pudiera desarrollarse. Para ello, Arellano estableció ciertas claves (que para la época eran revolucionarias), en donde se entrenaba dos a tres veces por semana, se mantenía una dieta acorde a la actividad que se estaba desempeñando y se hacían estudios y observaciones respecto al rival, algo que hoy podríamos decir eran una suerte de análisis tácticos. Otras prácticas que Arellano puso en marcha ya fundado el Colo-Colo fue el acabar con “los buenos para la chacota y el peluseo”, otorgándole un carácter serio al fútbol, dejando atrás la visión de una actividad que, hasta ese entonces, parecía ser una simple recreación de fin de semana. Adicionalmente, Arellano bregaba por mantener la disciplina, higiene y buen vestir a la hora de enfrentarse a los rivales y al público, que por aquellos años llenaba el extinto estadio El Llano para ver a este nuevo club que terminaría, en el propio año de fundación, campeón invicto de la Liga Metropolitana.

Todo lo anteriormente expuesto habla de un David Arellano propulsor, vanguardista e innovador, un tipo de fútbol pero que entendía al mismo no solo como un deporte, sino como una actividad integral, progresiva, compleja y con aristas que iban (y van) más allá de la propia pelota o los límites de la cancha, algo que incluso hoy por hoy nos hace falta. Cuando creemos haber avanzado, lo cierto es que no hemos estancado en la nostalgia, en la mediocridad, en los ya clásicos “jugamos como nunca pero perdimos como siempre”, como si esto fuese un mantra inexorable. Hoy, el fútbol chileno carece de almas como las de Arellano, que estén dispuestas a ver más allá de la relevancia economicista que tiene un balón de fútbol y, de una vez por todas, dejemos atrás la mediocridad absoluta, en donde si se llega a octavos de final de Copa Libertadores está bien, o en donde optar (apenas) por el repechaje a un Mundial es lo aceptable. Porque no podemos seguir viviendo de Sánchez, Vidal y Bravo, y no podemos seguir en este letargo crónico que significa no solo no ir a un mundial, sino que todo nuestro sistema futbolístico esté fallando: desde la liga, los árbitros, malas canchas y estadios, suspensiones y una anemia casi indetenible en la formación y generación de jugadores.

El fútbol chileno necesita a otro David Arellano, que sea capaz de poner orden, disciplina y desarrollar para el bien del fútbol, una actividad que indudablemente se ha quedado en el pasado.

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