La Galerna
·20 de novembro de 2024
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Antes de nada quisiera felicitar a quien pueda estar leyendo por haber sobrevivido al territorio yermo que constituye otro nuevo parón de selecciones. Por su frecuencia y aridez, estos páramos resultan siempre extemporáneos y extenuantes, pues no valen siquiera para salir de la espiral de negatividad en que se ve inmerso nuestro equipo, aun a pesar de haber resuelto con solvencia el último envite contra el Osasuna.
Algo ocurre cuando las ganas e, incluso, ilusión por ver al Real Madrid se ven reemplazadas por una resignada indiferencia con momentos de cierto hastío. Por una parte, es lógico que jugar corruptas competiciones españolas nos produzca la misma emoción que bailar con la hermana propia, pero, por otra, y sabedores como somos de que no va a pasar absolutamente nada con esa corrupción, salvo que vaya a más, siempre debería ser buena noticia que juegue el equipo de nuestros amores.
Esa ausencia de expectativas la achaco al pésimo nivel de juego que el Madrid está mostrando. Sin duda, las bajas por lesión que sufrimos son importantísimas, pero hay algo que no había visto antes. Ningún jugador da la sensación de estar a su nivel, salvo el omnipresente Valverde, los habituales fogonazos de Vinícius y detalles aquí y allá de Bellingham o Mbappé. Cuando todos los que están en el campo parecen peores, es momento de mirar al banquillo y pedir responsabilidades al entrenador. La sensación de equipo sin trabajar es abrumadora, y esa falta de trabajo, esa vagancia, unida a su reticencia a poner un guardameta de nivel Real Madrid, fueron los motivos que precipitaron la salida de Ancelotti en su anterior etapa. Hay quien lo llama hartazgo de ganar. Es labor del técnico generar nueva hambre.
El equipo da la sensación de no estar trabajado, y la gestión de los activos del mismo, aun a pesar de una confección de plantilla cuestionable, responsabilidad esta que comparten el entrenador y su jefe, resultan incomprensibles. Si manifestar esta sensación es ser un vinagre, permítanme bucear en ácido acético, porque hay cuestiones que, personalmente, me resultan inadmisibles: no es de recibo que Lucas Vázquez forme parte de la plantilla de este Real Madrid. Un jugador honrado y currante, madridista como muy pocos que haya visto, pero sin nivel para este equipo. Tres cuartos de lo mismo, con el agravante de no tener la trayectoria del Expreso de Curtis, se puede decir de Fran García, jugador de equipo de media tabla, pero al que no termino de ver con la camiseta de Real Madrid. Mientras tanto, Miguel Gutiérrez está triunfando en Gerona. Tampoco puede ser que la solución para los problemas sea sacar al campo a un jugador de 39 años aunque sea, posiblemente y junto a Toni Kroos, el mejor centrocampista de la historia. Queremos a Luka Modric hasta el infinito, y quererle pasa por no cerrar los ojos a su decadencia, aun a pesar de ser conscientes de que todavía puede ayudar al equipo, pero no como revulsivo.
Ningún jugador da la sensación de estar a su nivel, salvo el omnipresente Valverde, los habituales fogonazos de Vinícius y detalles aquí y allá de Bellingham o Mbappé
Es incomprensible el trato de Ancelotti con Arda Güler, jugador al que creo que todos los madridistas queremos ver en el campo. El proverbial conservadurismo italiano es conocido, pero la manera de Ancelotti de plegarse a las jerarquías del vestuario está demostrándose fallida, cayendo en el reinado del “con todo lo que nos ha dado”, probado veneno del que el Real Madrid ha ingerido demasiadas dosis. La gestión con el turco es negligente y más vale que no culmine con una salida del equipo de Güler, harto de esperar una oportunidad que no llega y que, con este técnico, quizá no lo haga nunca. El sentido común me lleva a pensar que nuestro Aladdin, que tiene querencia a jugar por la derecha como interior o extremo, abriría el ataque del equipo, formado ahora mismo por jugadores con querencia al lado opuesto del campo, y pondría en juego el disparo de larga distancia del otomano, que sabemos que es colosal. Casi lo mismo se puede decir de Endrick, que mantiene un ratio inmejorable de minutos y goles.
Finalmente, el inmovilismo y previsibilidad de los cambios resultan exasperantes. Desde los dobles laterales del partido contra el Atlético de Madrid a costa de quitar delanteros a la gestión de las sustituciones cuando el Barcelona nos estaba pasando la mano por la cara en nuestro campo, pasando por la funcionarial espera hasta el minuto 70 para efectuarlas, son cosas que desesperan al más creyente.
A Ancelotti sólo podemos darle las gracias por todo lo que ha ganado en el Madrid, pero el futuro no pasa por él. Creo que tampoco el presente. Ojalá quien manda se dé cuenta lo antes posible, porque las cabezas se pueden empezar a girar hacia el palco, y eso sí que no lo quiere nadie.
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