lavidaenrojiblanco.com
·30 de outubro de 2024
In partnership with
Yahoo sportslavidaenrojiblanco.com
·30 de outubro de 2024
«Quiero un equipo fuerte, aguerrido, contragolpeador y veloz… que tenga lo que nos identificó a todos los atléticos para enamorarnos de esta gloriosa camiseta». Estas fueron las palabras de Simeone en su presentación y hoy, 12 años después, no queda nada de eso.
Simeone se está traicionando, ya no queda ni ápice del ‘Cholismo’. Hace varias temporadas que el Atlético de Madrid no es un equipo aguerrido, es superado constantemente en intensidad por el rival, suele ‘regalar’ las primeras partes por su desgana y juega con un miedo que no es digno del que fuese nuestro entrenador.
Creo que Simeone está desquiciado y no da con la tecla. En un mismo partido es capaz de cambiar un esquema en numerosas ocasiones. Es habitual ver cómo alinea de inicio a cinco defensas, luego se arrepiente y pasa a cuatro, cambia de idea para volver nuevamente a cinco y, por último, cuando hemos encajado un gol, pasa a la desesperada con tres centrales y cinco centrocampistas. Con esto quiero decir que el equipo, sus jugadores ni la afición sabemos a qué estamos jugando: no nos sentimos identificados con el juego del Atlético de Madrid.
Recuerdo con melancolía cuando comíamos pizza cada tres días, cuando jugábamos con dos líneas de cuatro muy definidas y desesperábamos al rival con un auténtico muro de cemento formado por cuatro centrocampistas puros: Arda/Raúl García, Tiago, Gabi, Koke. Eso era Cholismo, todos trabajaban, mordían, iban con intensidad y la recuperación tras pérdida, que iba en el ADN de Simeone, se conseguía en cuestión de segundos.
En el Atlético de Madrid de Simeone solían jugar quienes lo merecían. Ahora, los aficionados tenemos la sensación que hay un poco de favoritismo en ciertos jugadores. El Cholo de antes no se casaba con nadie, tenía a todos los futbolistas enchufados, quienes se pegaban tortas en cada entrenamiento por entrar en un esquema en el que jugaban casi de memoria. Sin embargo, los futbolistas de la actual plantilla saben que pueden entrar en uno de los cinco cambios que hay por partido y, sobre todo, son conscientes que en uno de los múltiples onces en los que varía Simeone, van tener hueco. En definitiva, bajan su nivel de exigencia.
Que llevemos tantas temporadas encajando tantos goles no es casualidad. Tampoco que se apueste por decreto por un lateral como Molina, que no gana ni un duelo en los partidos ni sabe centrar, o sigamos alineando a Witsel de central porque «saca muy bien la pelota jugada desde atrás». ¿Desde cuándo a Simeone y a la afición nos interesa esa estupidez? Queremos un central fuerte, potente, rápido, que recupere balones y que vaya como un suicida a cada disputa. Y si no lo tienes en la primera plantilla, pues tiras de Kostis o Spina. Tenemos el ejemplo del Barça y sólo hay que hacer una cosa: que el entrenador les dé esa confianza.
En cuanto a lo de tener un «equipo veloz y contragolpeador», pues más de lo mismo. El juego directo está olvidado, de hecho percibo una especie de ‘Griezmanncentrismo’ en el que jugadores como Koke, De Paul, Lino o Riquelme tienen la necesidad de jugar con el francés sí o sí. Esto quiere decir que un ataque que se puede completar en 4 pases, se retrasa en 8 porque hay que buscar la manera de que el balón llegue al ‘7’.
Por último, la velocidad se esfumó en el Atleti cuando juegas con muchos jugadores de más de 30 años. Encima lo agravas si pones juntos a Koke y De Paul, que no están para muchos trotes y que se ven sobrepasados en cada partido. No queda nada de esas bandas peligrosas con un Lino y Riquelme que juegan con un respeto al rival que desespera. Juegan con todo ese miedo que, por ejemplo, no tiene un Giuliano Simeone que cada vez me recuerda al ‘Cebolla Rodríguez’: da gusto verlo sobre el campo.
Con esto no quiero decir que echen a Simeone, pero sí le pido vaya a su ‘mesa chica’, se vea el discurso que hizo en su presentación y luego vea cualquier partido del Atleti en estas tres últimas temporadas. Necesitamos que vuelvas, recuperar nuestro juego y sentir que podemos ganar a cualquiera en el partido a partido.