
La Galerna
·30. September 2025
Antijerarcas

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·30. September 2025
El Real Madrid tiene un problema muy grave en el centro del campo. Es un agujero tan grande que lo podría ver un ciego incluso desde la luna. Ya lo saben todos, por supuesto también los contrarios, menos la dirigencia deportiva del club, que lleva dos años, desde que se jubiló Kroos, sin ni siquiera buscar un sustituto homologable. Ni Ancelotti ni Xabi Alonso son capaces de encontrar una solución adecuada al hecho de que falta alguien con pies, imaginación y ritmo: llenan los huecos con mediapuntas reconvertidos y con volantes recién llegados, con amplitud en los carriles y un puente aéreo entre Huijsen y Mbappé. Pero el caso es que los parches sólo sirven contra rivales de medio pelo: aspirar a ganar los títulos gordos sin una brújula es como invadir Rusia sin ropa de invierno.
Además, la derrota contra el Atlético confirmó un indicio pésimo, el de que Valverde, Bellingham, Camavinga, Rodrigo y Tchouaméni, por ejemplo, siguen sin saber volar fuera del nido. Casi todos se criaron amamantados por Modric, Kroos y Benzema, los grandes lobos de la estepa. Bajo su tutela regalaron, con sus pulmones y sus piernas jóvenes, dos copas de Europa extra a aquellos maestros que llegaban exhaustos al final de sus carreras. Pero llevan una temporada larga mostrandose inquietantemente anticompetitivos.
Cuando al Madrid de los Jerarcas le hacían uno, dos y tres goles, o siempre que el rival se adelantaba en el marcador, se tenía la certidumbre, los adversarios los primeros, de que el Madrid resistiría. Es intolerable que, en el último año, el Madrid acumule palizas innobles ante rivales directos: el Barcelona ha hecho de ello una costumbre, el Arsenal y el PSG se engolosinaron con su oportunidad, pero es que ya golea hasta el peor Atlético de Madrid de los últimos quince años. Lo peor es la sensación que se instala en el aficionado de que el equipo no lo va a conseguir, que es lo contrario, exactamente, de aquel truco de magia que describió Butragueño en las grandes noches de remontadas.
la derrota contra el Atlético confirmó un indicio pésimo, el de que Valverde, Bellingham, Camavinga, Rodrigo y Tchouaméni, por ejemplo, siguen sin saber volar fuera del nido. Casi todos se criaron amamantados por Modric, Kroos y Benzema, los grandes lobos de la estepa
El Atlético es un equipo vulgar que, con tres centros al área en busca de la cabeza de un bigardo, desarboló todo el sistema defensivo del Real, lo que bastó para anular la pequeña remontada de la primera parte y lo peor de todo, abatir su ánimo de forma incomprensible cuando quedaban cuarenta y cinco minutos por delante.
Unos jóvenes sobradamente preparados que hicieron la mili junto a los mejores jugadores del mundo resulta que son incapaces de aguantar un resultado; altaneros y pusilánimes, no pueden sobreponerse ni al ambiente ni a las circunstancias y acaban claudicando incluso con gusto ante contrarios pasados de vuelta que, encantados, hacen toda la sangre posible. Falla el sistema y también los individuos. Xabi encaloma a Bellingham en medio de un once que funcionaba, quizá cediendo a la política de los altos designios comerciales (¿el nuevo icono británico se puede perder un partido que verán mil millones de espectadores? por supuesto, amigo, que no) y colapsa el precario orden tejido desde agosto en torno a Tchouámeni y Güler, que es barrido por un rival que sólo tenía empuje.
Se puede perder pero no naturalizar las goleadas. Eso es intrínsecamente antimadridista, contrario a lo que la camiseta blanca significa. Asumir el aplastamiento ante enemigos históricos con indiferencia de niños zoomers va contra todas las reglas no escritas del imaginario colectivo madridista: a Schuster lo despidieron por proclamar que el Barcelona era invencible, y eso que el presidente que lo despidió era un completo sinvergüenza. En un club que se ha construido en base a la percepción mística de sí mismo, bajar los brazos equivale a la muerte.
Se puede perder pero no naturalizar las goleadas. Eso es intrínsecamente antimadridista, contrario a lo que la camiseta blanca significa
Falta ese cancherismo que se gana con el tiempo y que Valverde, Camavinga o Bellingham ya debían tener, lucir y exhibir en esta clase de partidos. Es normal que a Huijsen o a Carreras se le vean las costuras en su primer derby, pero no que los otros parezcan novatos. Dos copas de Europa contemplan a estos veinteañeros que sin embargo contribuyen con su abulia al jarabe de saco que los grandes rivales le vienen recetando al equipo desde la final de Wembley. Bajar las pulsaciones de los partidos, ganar en el otro fútbol, tener la pelota haciendo rondos el tiempo que haga falta…todo ello forja la mentalidad ganadora que Los Jerarcas llevaron por bandera, lo que hizo temible a aquel equipo ante el mundo. Claro que además eran buenísimos y, hablando en plata, Ceballos, que lleva siete años siendo a todo lo más un meritorio subalterno, resulta ahora casi, casi imprescindible. Lo cual, la verdad, lo dice todo.
Porque es el único que sabe, en ese centro del campo, que la pelota es redonda. Y eso no es culpa ni de Xabi, ni de Tchouaméni, ni de Ancelotti ni tampoco de Valverde.
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