Nacional Es Pasión
·10. September 2025
LA CRUZ QUE NO SE QUITA

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·10. September 2025
Por: Juan Felipe Velásquez Echavarría.
FOTOS: Maria Camila Ortega T. (Reportera Gráfica Nacional Es Pasión).
Atlético Nacional empató 3-3 con el Medellín en un clásico paisa que tuvo de todo: intensidad, goles, errores, emociones, e incluso esperanza. Pero al final, el resultado deja un sabor amargo. Porque fue un partido que Nacional pudo ganar, debió ganar, pero no supo cerrar. Otra vez.
Sí, hubo momentos brillantes. Sí, el equipo mostró pasajes de buen fútbol. Sí, se luchó hasta el final. Pero también se repitieron errores que ya no sorprenden, sino que preocupan. Nacional vive en un bucle, en una narrativa cíclica donde el talento ofensivo no alcanza para maquillar una defensa frágil, una estructura inestable y una estadística dolorosa: con Gandolfi, Nacional jamás ha ganado un partido que empezó perdiendo. Y esa es una cruz pesada. Una que ya no se puede seguir ignorando.
El partido comenzó cuesta arriba. Otra vez. Un rebote mal gestionado por ‘Chipi Chipi’ Castillo terminó en el gol de Brayan León apenas iniciando. Pero Nacional reaccionó. Y esa reacción fue lo más destacable del primer tiempo: en dos minutos empató, y antes del minuto 25 ya lo ganaba.
Facundo Batista y Juan Bauzá comandaban el frente de ataque con intención, determinación y agresividad. El equipo se mostraba vertical, claro en la idea, valiente en la propuesta. Se notaba trabajado. El penal convertido por Batista tras una falta sobre Bauzá ratificaba esa claridad ofensiva. Pero en la misma medida que se avanzaba con convicción, también se retrocedía con inseguridad.
Y Medellín empató por una mala salida de Castillo. Luego tuvo otra con Londoño tras un despeje flojo. Cada vez que Nacional tenía el control, un error propio ponía todo en duda. Este equipo genera, propone, construye. Pero también regala. Y eso, en un clásico, no se perdona.
El segundo tiempo arrancó con la misma película de siempre: penal en contra por una falta innecesaria y otra vez abajo en el marcador. A partir de ahí, el guion se repitió: Nacional asume el protagonismo, busca, genera, pero no define. Palo de Morelos. Remate de Marlos. Cabeza de Tesillo al poste. Y, por fin, el empate con un gol de Morelos tras asistencia precisa de Edwin Cardona.
Se jugaba bien. Se intentaba. Pero ya no había margen. Otra vez, Nacional no supo transformar el dominio en victoria. Otra vez, un error atrás pesó más que todo lo que se hizo adelante.
Dentro de ese caos estructural, la figura de Alfredo Morelos empieza a emerger como luz. Ingresó y cambió la dinámica ofensiva. Jugó de media punta, encontró socios, fue inteligente para leer espacios, filtró pases, disparó al arco, anotó. Y sobre todo: ordenó. Es de los pocos que parece tener claridad mental incluso en medio de la confusión.
Cada pelota que tocó, tuvo sentido. Cada pase que dio, buscó un propósito. Morelos no solo marcó el empate, también recuperó identidad ofensiva para el equipo. El problema es que él solo no alcanza para arreglar lo que se descompone desde el fondo.
Pero la gran mancha de este proceso no es solo la defensa. No es solo el arquero. No es solo la fragilidad mental. Es una racha oscura que define el ciclo Gandolfi: Nacional nunca ha ganado un partido que empezó perdiendo. Jamás. Ni una sola vez.
Lo mejor que ha logrado es empatar. Lo más frecuente, perder. Y eso no es casualidad. Es síntoma de algo más profundo: falta de capacidad para revertir adversidad. Falta de mentalidad competitiva para sobreponerse. Falta de convicción colectiva para cambiar el rumbo de un juego.
Ese dato pesa. Porque muestra que cuando las cosas se tuercen, el equipo se pierde. No hay respuesta táctica suficiente. No hay liderazgo emocional. No hay estructura anímica. Y eso es grave en un equipo grande. Un equipo grande no puede vivir resignado a no ganar cuando le anotan primero.
Nos queda una certeza: hay material. Nacional tiene con qué. Tiene jugadores desequilibrantes. Tiene variantes. Tiene fútbol. Pero también tiene un problema estructural que lo sabotea cada semana. Una defensa endeble. Una irregularidad emocional. Un cuerpo técnico que no encuentra cómo romper la tendencia negativa.
Y aunque el empate lo mantiene en la parte alta de la tabla (tercero con 17 puntos), la sensación es otra. La sensación es de haber dejado escapar dos puntos, de haber perdonado demasiado, de haber merecido más… pero no haber hecho lo suficiente para ganarlo.
El hincha no puede vivir solo de goles bonitos, de empates emocionantes o de rachas a medias. El hincha exige victorias. Exige jerarquía. Exige evolución. Porque este equipo puede dar más. Porque tiene cómo hacerlo. Pero necesita corregir ya. No más concesiones atrás. No más errores no forzados. No más partidos regalados. No más estadísticas que avergüenzan.
La cruz de Gandolfi pesa. Pero está en sus manos quitarla. No con discursos. Con victorias. Con remontadas. Con autoridad. Con jerarquía. Porque de lo contrario, cada punto perdido será un clavo más en esa cruz que, por ahora, define esta era.