REVISTA PANENKA
·24. Januar 2025
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Atenas es un idílico destino vacacional. Cuna de la civilización occidental, el lugar que vio crecer a grandes pensadores como Sócrates y Platón es un refugio de paz. Disfrutar del suave vaivén del mar en el puerto del Pireo, cuando los primeros rayos de sol empiezan a bailar en el horizonte, invita a conectar con uno mismo. Igual su vibrante corazón urbano, un recordatorio de que la belleza y el sosiego pueden convivir en perfecta sintonía. El paradero aparentemente ideal, aunque siempre exista letra pequeña. El pasado otoño, por ejemplo, Roma se llenó de turistas avispados de más por su bajo precio. Sin embargo, la trampa que escondía el mercado era una ciudad en obras. Las egoístas lonas no permitieron mostrar ni un ápice del escote de las linduras arquitectónicas que se amagaban tras ellas, y todos esos intrépidos cazadores de ofertas se quedaron sin poder invocar a Stendhal.
En Atenas pasa algo similar. Hay un par de días al año, o tres o cuatro, en los que las calles de esta serena urbe se transforman en aquellas donde los espartanos lucharon por conquistar el territorio. Es día de derbi, el derbi de Atenas. El de los Eternos Enemigos. Gritos, bengalas y -por desgracia- muchas veces violencia salen a pasear desde la misma hora en la que los panaderos comienzan su jornada laboral. Dato no menor es que en los últimos 15 años el choque Olympiacos-Panathinaikos se ha suspendido hasta en tres ocasiones (2012, 2015, 2019) debido a unas aficiones que romantizan recrear una Guerra Civil en su ciudad natal.
Pero, ¿es exclusivamente la batalla por la supremacía deportiva en Atenas lo que provocó esta feroz enemistad? La realidad es mucho más profunda y ancestral. La rivalidad entre los dos gigantes griegos nace a causa de diferencias geográficas y socioculturales. El primero en constituirse fue Panathinaikos, en 1908. Se estableció en el centro de la capital griega, concretamente en el distrito aristocrático y académico de Kallimarmaro, como representante de la antigua clase pudiente de la ciudad. 17 años después, en el puerto del Pireo surgió como antagonista Olympiacos, que rápidamente atrajo a aficionados de clase obrera que rodeaban la zona. La élite ateniense contra el equipo del pueblo. El prematuro éxito del club portuario benefició al bando popular, que aprovechó las victorias para vilipendiar a los ricos del centro. La voz se corrió y Olympiacos imantó seguidores de otras regiones de Grecia, autoconsiderados víctimas de una injusticia social y política del país.
¿Es exclusivamente la batalla por la supremacía deportiva en Atenas lo que provocó esta feroz enemistad? La realidad es mucho más profunda y ancestral. La rivalidad entre los dos gigantes griegos nace a causa de diferencias geográficas y socioculturales
Desde entonces, la lucha por reinar en la capital helena ha llevado a ambas entidades a ser las referentes de todo el país. El claro dominador nacional es Olympiacos, que cuenta en su haber con 47 ligas domésticas, por las 20 de Panathinaikos. De la misma manera, gobiernan por mayoría simple en los enfrentamientos directos. Sin embargo, uno de los suspicaces argumentos de los aficionados greens a favor de su predominio es que llegaron a disputar una final de la Copa de Europa en 1971. Algo que jamás han olido los rojiblancos, pues nunca han sobrepasado la barrera de los cuartos de final. Desde 2024, no obstante, el VAR está revisando dicho fundamento. De las manos de Jose Luis Mendilibar, Olympiacos se alzó con la Conference League, el único título europeo conseguido por un club griego hasta la fecha. Motivo de sobra para que el CSD otorgara la cautelar a Olympiacos.
El debate está en la calle. Esto si hablamos de fútbol, nuestro pan: básico, omnipresente, aunque indispensable en la mesa. Pero Atenas es más que fútbol. La ciudad que en 1896 resucitó los primitivos Juegos Olímpicos para la posteridad vive el deporte contracultural con la misma pasión. Voleibol, waterpolo y baloncesto son también testigos de las constantes batallas del Derbi de los Eternos Enemigos, libradas en arena y agua. En el básquet, por ejemplo, donde ambos equipos cuentan con el epíteto de gigante del viejo continente, Panathinaikos lidera la pugna de Euroligas -su Champions– por 7-3. Triplazo a favor de los del centro.
Y aunque en los últimos años la brecha social entre los aficionados de ambos clubes ya no es tan dispar y se han llevado a cabo iniciativas por parte de sus dirigentes para fomentar la paz y la reconciliación, “La madre de todas las batallas” sigue dejando episodios que podrían convertir este artículo en un morboso true crime. El primero data de 1930, cuando los aficionados de Olympiacos, seguros de su superioridad, llegaron al estadio del eterno rival en procesión portando un ataúd. Un paseo que, lejos de simular una solemne sepultura, evocó el meme de los africanos bailando. Lo que no esperaban era perder 8-2, lo cual desencadenó en el desmantelamiento del féretro y el uso de sus piezas en los posteriores disturbios.
Incluso tienen a su Figo: Antonis Nikopolidis. Con 200 partidos como ‘green’ a sus espaldas, y tras levantar la Eurocopa como capitán de la selección griega en 2004, el guardameta heleno firmó por Olympiacos sin dejar un euro en las arcas de Panathinaikos
En 1957, una patada criminal de un jugador del trébol provocaría un Royal Rumble entre aficionados, usando el césped como ring. Diez años más tarde, las autoridades tuvieron que detener un rocambolesco Panathinaikos-Olympiacos y usaron como justificación oficial que el partido se estaba jugando con “demasiada pasión”. En 2007, un derbi de vóley femenino desató una más que desproporcionada batalla en los aledaños del pabellón Peania que terminó con un seguidor verde apuñalado hasta la muerte. Por esto, y un largo pergamino con más episodios, ya no se permite la entrada al estadio de la afición visitante los días de derbi.
Incluso tienen a su Figo: Antonis Nikopolidis. Con 200 partidos como green a sus espaldas, y tras levantar la Eurocopa como capitán de la selección griega en 2004, el guardameta heleno firmó por Olympiacos sin dejar un euro en las arcas de Panathinaikos. Ni las protestas, ni tampoco los altercados que generó esta traición, impidieron que Nikopolidis ganara 12 títulos en siete años como portero rojiblanco y se convirtiera en una leyenda del club del Pireo.
El literato Maluma -nótese la ironía- canturrea en Recuérdame que “en este libro aún quedan mil páginas por escribir”. Esta semana se libra un nuevo derbi. El segundo de los tres que tendremos en un mes gracias al caprichoso destino de la copa griega. El actual líder, Olympiacos, visita a su perseguidor en la tabla. Una nueva oportunidad para ambos de imponer su tiranía. Cánovas y Sagasta opinarían que un turnismo sería más provechoso para la ciudad, pero ellos prefieren seguir la ley del más fuerte. La previa del encuentro es bastante jugosa. Por ello, se espera que la resaca de la fiesta que supondrá este partidazo sea de esas en las que recuerdas una divertida noche de anécdotas, divertidas pero intrascendentes, y no de las que desearías no haber salido. Que el balón eche a rodar y solo sean los futbolistas los que copen las portadas. Que para eso les pagan.
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Fotografía de Getty Images.