
La Galerna
·29. Juli 2025
Refutación de Chris Martin

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·29. Juli 2025
Es de agradecer que la kiss cam en los conciertos de Coldplay no se dedique solo a desenmascarar affairs tórridos de CEOs con Directoras de Recursos Humanos, y que de vez en cuando enfoque a matrimonios con todas las bendiciones de la Santa Madre Iglesia. Lo de la Santa Madre Iglesia me ha salido así porque estoy leyendo el mismo libro que lee todo el mundo en este verano, es decir, “El loco de Dios en el fin del mundo”, el relato de Javier Cercas sobre el viaje a Mongolia del Papa Bergoglio. Nunca un libro escrito por un ateo habrá conducido a un tibio a cotas tan altas de meapilismo estival.
Para otro día dejamos el debate sobre si vale la pena poner en riesgo tu matrimonio por ir a ver a Coldplay. Sí por lo menos fuera Springsteen o The Who, te queda al menos el consuelo de que te han dejado con los tobillos temblando, y no precisamente por la fogosidad de tu amante. The Who tiene en su repertorio, de hecho, una obra maestra sobre un hombre que no necesita ninguna kiss cam furtiva para saber que su pareja le ha sido infiel en la distancia.
I know you’ve deceived me,
now here’s the surprise:
I know that you have
cause there’s magic in my eyes.
Cualquier parecido entre The Who y Coldplay es mera coincidencia. ¿Qué se puede esperar de un concierto en el que la mayor atracción no está en el escenario sino en la grada? El caso es que la cámara de los achuchones más o menos furtivos se enfocó esta vez, en el último concierto de Coldplay en Miami, sobre una pareja consolidada y legal, ajena (que se sepa) a deslices y hankypankies extramaritales. Se trataba de Lionel Messi y su encantadora esposa Antonela Rocuzzo. Chris Martin, el líder de la banda, se deshizo en elogios no bien los vio en la pantalla:
-Por favor- rogó a su público-, un fortísimo aplauso para el mejor deportista de todos los tiempos.
Los culés, si los hubiere, que lean este artículo no creerán ni una palabra de lo que voy a decir a continuación, pero a mí me gustaría muchísimo que Chris Martin tuviera razón y Lionel Messi fuera, en efecto, el mejor deportista de todos los tiempos. Ello acrecentaría aún más los méritos del Real Madrid, dado que supondría que los blancos minimizaron el impacto de la presencia del mejor de todos los tiempos en las filas del rival, alzándose pese a ello con nada menos que 6 Champions Leagues en el transcurso de una década. Nada me complacería más que ser consciente de que no solo no hubo una hegemonía del equipo que contaba con el mejor de la historia, sino que fue el Madrid quien supo sobreponerse a esa ingente ventaja del adversario e imponer su propia hegemonía pese a todo. En el reconocimiento a la grandeza de tu competidor subyace siempre la satisfacción del propio deber cumplido, sobre todo cuando la cosecha de éxitos ha sido abrumadora.
a mí me gustaría muchísimo que Chris Martin tuviera razón y Lionel Messi fuera, en efecto, el mejor deportista de todos los tiempos. Ello acrecentaría aún más los méritos del Real Madrid
Sin embargo, y lamentándolo mucho, no puedo estar de acuerdo con Chris Martin, tan poco inspirado en su exhortación a su público de Miami como suele estarlo cuando se sienta a componer. Leo Messi no puede ser el mejor deportista de todos los tiempos, por la simple y triste razón de que Leo Messi no existe. Es, en lenguaje becqueriano, un sueño, un imposible, (un) vano fantasma de niebla y luz.
Para mí, aunque la posteridad no haga (todavía) esa lectura, el argentino vaga por el mismo limbo de inexistencia que Lance Armstrong y Ben Johnson, otros que, de existir, podrían muy bien ser candidatos al título alegremente concedido por el mediocre cantante de Coldplay. La posteridad no les contempla porque hicieron trampa. Es como si el Juez Supremo de la Ética se hubiera dirigido al jurado que compone la Historia y les hubiera instado a desoír los testimonios recabados durante la vista, en este caso el testimonio de sus propios ojos.
Messi deambula por el mismo valle de personaje en busca de autor por donde penan Johnson y Armstrong. Y es una verdadera desgracia porque, de haber existido, Messi podría haber aspirado a ser el más grande de todos los tiempos
Leo Messi no ha sufrido el mismo destierro oficial que Armstrong o Johnson, pero su equipo (y el fútbol es un deporte de ídem) hizo trampa, igual que aquel ciclista y aquel atleta. Solo falta que la oficialidad respalde lo que indica la moral para que la Pulga y sus compañeros se vean desposeídos de los títulos que ganaron durante la época Negreira (17 años nada menos), lo que sin duda reduciría muy sustancialmente el brillo de la estrella Messi en el firmamento deportivo de la historia del planeta.
Quienes se lleven las manos a la cabeza argüirán que nada tienen que ver los pagos ilícitos de su club a la cúpula arbitral española con las habilidades balompédicas del rosarino. Tampoco sabemos qué peso tuvo el dopaje en el récord de los 100 metros de Johnson o los tours de Francia del ciclista americano. Sin embargo, aunque no lo sepamos, aunque seguramente habrían ganado igual sin usar ardides ilegales, sabemos que hicieron trampa, que jugaron sucio, y eso basta para expropiarles de sus trofeos con todo el deshonor. Lo mismo debería valer para el presuntamente mejor Barcelona de todos los tiempos, que tiene a Messi dentro.
Para mí, desde luego, en ausencia de un método que nos permita cuantificar cuánto influyeron los esteroides o los sobornos, el arrinconamiento a los márgenes de la posteridad es la única pena posible para todos los responsables de fraude. En mi mente esto es así. Difícilmente puedo considerar el mejor deportista de todos los tiempos a quien se benefició de esa ignominia de manera directa. Dejaremos de lado otras dudas que se ciernen sobre el propio Messi, en cuerpo y alma.
Messi, pues, no existe, e insisto en que me duele no atribuirle carta de existencia real. Me duele a mí más que a él, porque a él le dará completamente igual, por supuesto. Habría sido bonito poder decir que el Madrid superó la presencia del más grande en la otra orilla del río, e incluso que la utilizó como acicate para dar lo mejor de sí y firmar, durante su existencia, su era dorada por antonomasia. Pero no hubo tal existencia, como tratamos de explicar. Messi deambula por el mismo valle de personaje en busca de autor por donde penan Johnson y Armstrong.
Y es una verdadera desgracia porque, de haber existido, Messi podría haber aspirado, tranquilamente, a ser el más grande de todos los tiempos, como proclama Chris Martin. Con Messi me sucede exactamente lo contrario que con Coldplay: querría de verdad que hubiese existido.
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