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La Galerna

·29 September 2025

Claudia Cardinale y Robert Redford: guapos y profesionales

Article image:Claudia Cardinale y Robert Redford: guapos y profesionales

Actores y actrices de buen nivel hay muchos. Actores y actrices guapos, también. Pero actores y actrices que al mismo tiempo hayan sido grandes profesionales, intérpretes de calidad y además haber tenido una gran belleza, tampoco ha habido centenares de ellos.

En el corto espacio de 10 días, el mundo ha conocido el final de la vida de dos bellezas que llenaban las pantallas con su sola presencia. Dos mitos del cine de los años 60 y 70, taquilleros como pocos. Y ambos, con sus míticas dobles iniciales: CC, Claudia Cardinale (tantas veces compitiendo con BB, Brigitte Bardot, recordemos Las Petroleras, rodada en 1971 en Colmenar Viejo) y RR, Robert Redford.


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Quien les escribe estaba enamorado perdidamente de la Cardinale, cuando por primera vez la vio, en un programa doble de los cines de barrio de sesión continua (ya no recuerdo si en el Benlliure o en el Carlton de mi barrio): Cartouche, dando réplica a Jean Paul Belmondo. Como odié a Bebel por tener la oportunidad de rodar junto a CC, pocas veces la siciliana nacida en Túnez estuvo más hermosa que en aquella cinta de espadachines de Philippe de Broca. Luego, claro, ya la pude ver en su primer papel, Rufúfú (I soliti ignoti), recién cumplidos sus 20 años y llenando una película que de por sí desbordaba de estrellas: Gassman, Mastroianni, Totó.

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Y luego, siendo musa de Visconti, aquel maravilloso vals con Delon (también te odié, Alain) en El Gatopardo o en un pequeño papel en Rocco y sus hermanos. Claudia visitó —y amó— Madrid allá por 1964, y rodó El fabuloso mundo del circo, cuando Hathaway vació el estanque del Retiro para montar una enorme carpa circense de un espectáculo que regía en la pantalla John Wayne.

Eran los años de las Copas de Europa de Di Stéfano, Gento y Santamaría, y aunque no está documentado que la Cardinale acudiese al Bernabéu, sí que fue a cenar justo enfrente en el restaurante Alduccio, que todavía existe. Y se admiten apuestas a que alguna noche coincidió con don Alfredo, ya que Alduccio era uno de sus restaurantes favoritos. Y desde su terraza se contemplaban las puertas del Fondo Sur, allá donde se marcaban y se celebraban la mayoría de los goles del recinto merengue.

No se le recuerda una única mediocre interpretación a doña Claudia, y dos joyas del western, Los profesionales (Richard Brooks) y Hasta que llegó su hora (Sergio Leone), contaron con su impagable presencia: profesionales como ella hubo pocos, y la música de Ennio Morricone del spaghetti western por excelencia, en el que Henry Fonda da vida a uno de los más perversos villanos de la historia, suena en nuestro estadio cada vez que se produce un minuto de silencio que conmueve a todos los presentes.

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Contemporáneo de CC fue RR. Uno se fue a los 89 años, la otra a los 87. Dos estrellas de las que ya, desafortunadamente, quedan poquísimas, por no decir ninguna. Y pese a que coincidieron en el tiempo, e incluso en los mismos años en España (Claudia visitaba regularmente Madrid, amaba Toledo y rodó varias veces en Almería, mientras que Robert pasó largas temporadas a mediados de los 60 en Mallorca y, sobre todo, en Mijas, cuando apenas existía la Cala de Mijas, haciendo sus pinitos hippies como pintor amante de Pollock), jamás rodaron juntos una película y no hay forma de lograr una foto de ambos juntos, ni siquiera en los festivales de Cannes o de Venecia, donde ambos asistieron regularmente.

Redford era un poco como un David Beckham del cine. Su físico era tan atractivo, su simple presencia en un reparto o en una toma ya hacía que todas las miradas, tanto de hombres como sobre todo de mujeres, fueran hacia él. Quizás por ello —solo quizás— nunca fue considerado un actor de leyenda, pese a que tuvo interpretaciones destacadísimas que todos recordamos de memoria. Como Beckham, su bello físico pudo perjudicarle, ya que siempre se le consideró antes como una estrella que como un buen actor.

De hecho, Hollywood le premió con una estatuilla como Mejor director en 1980 (Gente Corriente) lo que jamás logró interpretando (solo nominado como secundario por El golpe). Finalmente, en 2002, levantó un Oscar honorífico por toda su carrera, como actor y como director. Pese a haber protagonizado papeles excelentes como Los tres días del cóndor, Todos los hombres del presidente o Memorias de África, en estas líneas nos quedaremos con su trabajo en una de las películas más madridistas de la historia: Las aventuras de Jeremiah Johnson (1972), dirigida por su gran amigo, Sydney Pollack.

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En dicha cinta, recordada como una maravillosa sucesión de postales de Utah (donde más tarde crearía su célebre Instituto Sundance y viviría allí numerosos años, hasta el día de su muerte), Johnson es un aventurero que tiene que luchar contra todo: los elementos meteroológicos, la madre naturaleza, la fauna salvaje, los codiciosos tramperos, las tribus indias enemigas. El film es precioso de principio a fin y, pese a que los paisajes son maravillosos, toda gira en torno a Redford, el cual, en actitud profundamente madridista, se echa a sus espaldas todos los peligros que le acechan, los afronta y, en la mayoría de las ocasiones, sale vencedor de todos los elementos, contra todo y contra todos.

Además, como CC, RR fue siempre un profesional íntegro, director y productor prestigioso (El río de la vida, El hombre que susurraba a los caballos), activista a favor de la protección de la naturaleza sin llegar a ser un talibán intolerante, descubridor de talentos y adalid del cine independiente (a través de su festival Sundance, que tomó su nombre de su célebre personaje de Dos hombres y un destino, the Sundance Kid).

Claudia y Robert, amantes de la España de los años 60, época de yeyés madridistas, perfectos arquetipos de bellos, profesionales y triunfadores. No lloremos por ellos, volvamos una y otra vez a sus películas.

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