La Galerna
·24 de noviembre de 2025
El arquetipo

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·24 de noviembre de 2025

Todos los hombres son el mismo hombre. Todos los momentos son el mismo momento. Todos los domingos son el mismo domingo. Todos los partidos de mierda del Madrid son el mismo partido de mierda del Madrid. Nuestras vidas giran en torno a un arquetipo. Se repite bucle incesante, repetido una y otra vez, el proceso interminable de alegría, llanto, hastío y éxtasis del que algún día nos tendremos que salir, porque ya no tenemos esa edad cándida e indulgente de la juventud en la que los únicos pesares eran que no ganara el Madrid.
Desde Elclásico ocurren cosas extrañas. El Madrid le ganó al Barcelona y entonces la plantilla decidió, como la guardia pretoriana, jugarse la corona del emperador a los dados. Yo pensé entonces que ese día nacía algo, que había surgido algo y aquí lo dejé por escrito. El equipo crecía, se galvanizaba espiritualmente…pero, tras el partido del Valencia, sencillamente ha acaecido un raro desplome.

Esto, de verdad, lo hemos visto tantas veces ya, y sin embargo no sabemos qué puede ocurrir. Hay varios escenarios: el lopeteguiano, es decir, el del despido prenavideño; el camachesco o del cese, el tardomourinhista o prolongación de la agonía con baches de entusiasmo y varios picos de frenético desquiciamiento, y, finalmente, el zidanesco o de mágica recuperación.
Todos los hombres son el mismo hombre. Todos los momentos son el mismo momento. Todos los domingos son el mismo domingo. Todos los partidos de mierda del Madrid son el mismo partido de mierda del Madrid
Tampoco hay que engañarse. La plantilla no da para tanto. Hay varios jugadores cuyo rendimiento está muy por debajo de su autopercepción. Lo de Rodrygo Ganges, como dicen por ahí, roza ya lo criminal. Parece una sombra, un espectro salido del Purgatorio de Dante, y quizá la insistencia de Alonso en alinearle responda a la intención del club de exponerle de cara al mercado de invierno. Lo cual tiene su lógica porque, si no juega, se devalúa. Pero, cada vez que este hombre juega, su valor como activo patrimonial cae en la misma proporción en que el Estado español endeuda a sus futuros súbditos cada minuto de cada hora de cada día: exponencialmente.

El club, por otra parte, está a cosas más serias que una temporada. Transita hacia otro modelo de propiedad y de gestión, no se sabe aún cual. Pero el hecho en sí es de tanta trascendencia que las cuitas del vestuario y lo que ocurra en el césped, por afrentoso que resulte para los sufridos aficionadillos que somos nosotros, no deja de ser una anécdota.
Se habla de cama, de que varios pesos pesados de la caseta no tragan ni a Alonso ni a sus métodos; que estaban tan a gustito, que decía Ortega Cano, con Ancelotti y su indulgencia de padrone que, claro, ponerse a correr ahora, con el frío que hace, y pasar horas viendo vídeos de cómo juega el Elche… Se entiende pero, desde luego, ni Valverde ni Vinicius, ni Bellingham, y mucho menos Camavinga, tienen la talla todavía que tenían Cristiano Ronaldo, Sergio Ramos, Luka Modric, Casemiro o Toni Kroos cuando lo de Rafa Benítez o Lopetegui: hay que ganar más Copas de Europa y, sobre todo, demostrar mucha más categoría en el fútbol, cosa que sólo da la edad. Quizá se crean mejores de lo que realmente son. Quizá alguien de arriba incurra otra vez en la ocurrencia de pensar que un equipo como el del Madrid va solo. El caso es que, como decía al principio, esto lo hemos visto un montón de veces antes, y uno ya está viejo para estas historias.
Si el vestuario del Madrid es el coño de la Bernarda, ¿quién le pone el cascabel al gato? ¿Merece la pena sentarse a ver un partido? Valverde parece que no corre y con su desidia convierte a Álvaro Rodríguez, del que yo escribí algunos tuits entusiastas en el calor de un gol suyo al Atlético, en Rivaldo, como dice Hughes en su crónica. Y si Valverde, figura egregia del cancherismo sudamericano antiguo, está en estas movidas, la infección parece muy grave. Es curioso cómo todas estas cosas de camas y de pasotismos deliberados siempre se achacan a los brasileños, es sin duda un prejuicio muy extendido, como si los uruguayos y los argentinos fueran gente tan recia, castellanos del Río de la Plata, que no anduvieran en estos quilombos. Lo que son las ideas preconcebidas. Quizá ni siquiera haya nada preconcebido en la actitud abúlica de los jugadores del Madrid, al fin y al cabo los futbolistas son por lo general emociones con patas y, entonces, la idea del bisturí de hierro no resulte del todo descabellada. Pero para eso la dirigencia debe tener la conciencia también del problema. ¿Quién mejor que Florentino para hacer la poda? En la viña, cuando acaba el invierno, se lleva a cabo la castra, que es una poda de saneamiento para no perjudicar la calidad del vino. Se lleva a cabo no con la tijera sino a navaja, y se quitan brotes que son verdes y que, en apariencia, presentan un aspecto hermoso y prometedor.
Los viejos de antes decían que, el mundo, muchas veces, necesita de una de estas castras para seguir funcionando.

Me viene a la cabeza el poema El laberinto que escribió Borges en Elogio de la sombra: estamos atrapados en una cárcel sin puertas y el futuro es «el odiado camino de monótonas paredes» que es el destino, nuestro destino de kafkianos madridistas. En vez de la usura de los días, nuestra paciencia sufre la usura de las temporadas, todas iguales y a la vez distintas: ojalá fuera éste el último día de la espera de un mayo que, en noviembre, siempre parece tan lejos…
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