Un 10 Puro
·14 de septiembre de 2025
La Vuelta que nunca terminó, una vergüenza internacional

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·14 de septiembre de 2025
La tarde caía sobre Madrid y el pelotón se preparaba para recorrer sus últimos kilómetros por el Paseo del Prado. Era el momento de la consagración, de la foto icónica con la Cibeles al fondo, del homenaje al ganador Jonas Vingegaard y a todos los héroes que durante tres semanas habían atravesado España a golpe de pedal. Pero lo que debía ser una fiesta se convirtió en un bochorno histórico: la última etapa de la Vuelta a España cancelada en directo y ante la mirada atónita del mundo, desbordada por unas protestas pro-palestinas que han tomado el centro de la capital.
Las imágenes hablan solas: centenares de manifestantes derribando vallas, irrumpiendo en el recorrido, obligando a la policía a cargar. Barricadas improvisadas en plena Gran Vía, tensión en la Puerta del Sol, ciclistas obligados a detenerse y un ambiente de caos que nada tenía que ver con el deporte. Lo que debía ser la culminación de una de las tres grandes vueltas del calendario internacional acabó convertido en símbolo de la incapacidad política y del ridículo de un país que no supo garantizar un final digno a su gran carrera ciclista.
El bochorno retransmitido al mundo
En cuestión de minutos, lo que era una celebración se transformó en crisis. Los periodistas extranjeros no daban crédito. “Un final absurdo, violento, triste y escandaloso”, titulaba La Gazzetta dello Sport. The Guardian relataba los enfrentamientos policiales con un tono de incredulidad: “Manifestantes rompen las barreras y fuerzan la suspensión de la Vuelta”. En Francia, L’Équipe hablaba de “vergüenza y decepción”, mientras que Reuters describía cómo más de 100.000 personas habían bloqueado la ciudad hasta impedir que los ciclistas completaran su recorrido.
La Vuelta, que tantas veces ha sido escaparate internacional de España, pasó en segundos de ser símbolo de excelencia deportiva a escaparate de desorden político. Lo que debía mostrarse al mundo como postal de modernidad y organización se convirtió en un escaparate de barricadas y gases lacrimógenos. Y ahí estaba la televisión internacional retransmitiéndolo en directo.
Un Gobierno que aplaude a los que boicotearon la carrera
Si la imagen internacional ha sido desastrosa, la reacción política la ha agravado. Mientras los medios extranjeros señalaban a España como escenario de caos y ridículo, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, lejos de condenar lo ocurrido, mostró su “admiración” por los manifestantes. Lo que debía haber sido una comparecencia para garantizar orden y seguridad, terminó siendo una declaración de complicidad que encendió aún más las críticas dentro y fuera del país.
Porque no hablamos de una simple protesta pacífica, sino de un asalto a un evento deportivo de primer nivel, con miles de turistas en la ciudad, con patrocinadores internacionales que ven cómo su inversión se diluye en humo y con ciclistas que no pudieron disputar la última etapa. Y el jefe del Ejecutivo, en lugar de defender a España y a su imagen, eligió ponerse del lado de quienes dinamitaron la fiesta.
El desconcierto que provocaron las palabras del presidente se trasladó inmediatamente al terreno político.
Alberto Núñez Feijóo calificó lo ocurrido como “un fracaso histórico del Estado” y acusa al Gobierno de “haber abandonado a su suerte a deportistas, aficionados y a la propia imagen de España”. Para el líder popular, Sánchez “ha puesto a nuestro país en el escaparate del ridículo internacional”.
Santiago Abascal fue aún más duro: habló de “traición institucional” y de “un presidente que no defiende ni al deporte, ni a la seguridad, ni al prestigio nacional, sino a los violentos”. Según él, la cancelación de la Vuelta es “la prueba de que España está desprotegida y gobernada por la irresponsabilidad”.
Incluso dentro del PSOE ha habido mucha incomodidad. Algunos barones regionales, en privado, reconocen que la reacción del presidente había sido “imprudente” y que se ha perdido una oportunidad de ejercer liderazgo en defensa del deporte y de la proyección internacional del país.
Ciudadanos reaparece con una declaración dura: “España no puede permitirse volver a pasar vergüenza en el mundo por culpa de un Gobierno que no garantiza lo más elemental”.
En paralelo, desde Israel, el Ministerio de Exteriores no dudó en calificar las palabras de Sánchez de “vergüenza internacional”, acusando a España de ponerse del lado de quienes “atentan contra la convivencia y la paz”.
El ridículo de España en el escaparate internacional
En Bruselas, en Roma, en Londres y en Nueva York, la noticia corrió como la pólvora. No se hablaba de la victoria de Vingegaard ni del esfuerzo de los corredores, sino de “la Vuelta que nunca terminó”, como la bautizó la prensa belga. Y todos los relatos coincidían en lo mismo: España había fallado en garantizar lo más básico, la seguridad.
El daño es doble. Por un lado, al prestigio deportivo: ninguna gran vuelta merece acabar sin ceremonia, sin podio, sin etapa final. Por otro, al prestigio institucional: ningún país serio puede permitir que una competición internacional acabe suspendida por protestas callejeras sin control. El resultado es que España aparece como un Estado débil, incapaz de organizar un evento con garantías, rehén de la política y de un Gobierno que confunde libertad de expresión con barra libre para el desorden.
De fiesta nacional a símbolo de impotencia
La última etapa de la Vuelta es más que una carrera: es la fiesta del ciclismo, la cita donde Madrid se convierte en escaparate del mundo. Este año debía serlo una vez más, con todo preparado para la gran celebración. Pero lo que quedó en la memoria colectiva fueron los enfrentamientos, las barricadas y la suspensión.
De la postal de los ciclistas rodando junto a la Cibeles pasamos a la imagen de la policía conteniendo disturbios. De la alegría compartida pasamos a la impotencia y la vergüenza. De un evento que debía unir pasamos a un símbolo de división. Y esa es la peor derrota: no la de los corredores, sino la de un país que enseñó al mundo su fragilidad.
Una mancha que costará borrar
España ha vivido otros momentos incómodos en el deporte, pero lo ocurrido en esta Vuelta 2025 es de otra dimensión. Porque no es un incidente aislado, sino la consecuencia de una falta de previsión, de una complicidad política mal entendida y de un desprecio por la imagen internacional del país.
El ciclismo, que siempre ha sido un refugio de esfuerzo, sacrificio y belleza, ha terminado convertido en campo de batalla política. Y el Gobierno, en lugar de defender la neutralidad del deporte y el prestigio de España, se alinea con quienes lo destrozan.
La crónica de esta última etapa será recordada no por la victoria de Vingegaard, sino por la vergüenza y el ridículo internacional. Y esa es una mancha que tardará mucho en borrarse.
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