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·19 agosto 2025

Alianza Lima y la reelección de Lozano: ¿cálculo político o claudicación vergonzosa? [EDITORIAL]

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La confirmación de Fernando Cabada, gerente general de Alianza Lima, de que el club votó a favor de la reelección de Agustín Lozano como presidente de la Federación Peruana de Fútbol no es un trámite menor ni una anécdota administrativa: es un sismo político, un quiebre histórico, un golpe directo a la identidad misma de la institución. El club que durante décadas fue el último bastión de rebeldía, el que se atrevió a ponerle cara a la podredumbre dirigencial, el que encarnaba la voz incómoda frente a la corrupción y el favoritismo, ha decidido hoy arrodillarse frente a un presidente investigado, cuestionado, sancionado vergonzosamente por reventa y, para colmo, con vínculos abiertos hacia Universitario.

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Los defensores de Cabada —que los hay— sostienen que la jugada era necesaria, que “no quedaba otra”. Con una FPF que concentra poder absoluto sobre derechos televisivos, licencias, árbitros y sanciones, dicen que seguir peleando era un suicidio político. Según esta visión, votar por Lozano sería un mal necesario para garantizar estabilidad, acceso y, quién sabe, algún beneficio mínimo dentro de un sistema que reparte privilegios solo entre los amigos de la casa, es decir, los colores crema y granate.


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Seamos claros: no es que esa lectura sea absurda. En un plano empresarial frío y sin alma, Alianza es hoy una sociedad anónima que se piensa como negocio, y desde esa lógica es más rentable estar dentro del banquete que quedarse afuera oliendo el festín. Negociar siempre será más cómodo que resistir. Pero si reducimos a Alianza Lima a eso —a una empresa que mide en soles lo que históricamente se midió en dignidad—, estamos enterrando a lo que hacía único al club.

Porque aquí no se trata solo de pragmatismo ni de cálculos de salón. Aquí se trata de identidad. Durante años, Alianza fue símbolo de coherencia moral, aunque eso significara tragar arbitrajes miserables, sanciones sospechosas y hostigamiento institucional. Esa oposición valía como bandera: un mensaje a su hinchada de que la camiseta no estaba en venta, de que había cosas que no se negociaban. Hoy, ese legado se tira por la borda con un voto que legitima un modelo federativo corrupto, diseñado para mantener a los clubes bajo el yugo del poder.

Alianza, al convalidar la continuidad de Lozano, legitima también al dirigente que ha hundido al fútbol peruano en la peor de sus miserias: torneos desordenados, selecciones fracasadas, clubes quebrados y una institucionalidad que solo sirve para blindar a unos pocos. Lozano es el retrato del cortoplacismo, del acomodo, del feudo disfrazado de federación. Y ahora, Alianza Lima, el club del pueblo, decide darle su bendición.

Lo más doloroso es que, nos permitimos decir, este voto no representa a la hinchada íntima. El pueblo blanquiazul no marchó, no alentó y no sufrió para que su dirigencia pacte con quienes han destrozado el fútbol peruano. Esa “estrategia política” es, en realidad, una claudicación disfrazada de pragmatismo.

Un llamado urgente:

Alianza Lima no está llamado a ser un actor complaciente ni un socio mudo del poder. Su obligación histórica es ejercer presión, marcar una pauta distinta a resto de clubes y al fútbol en su conjunto. No se trata de entorpecer a la FPF, sino de impedir que su podredumbre institucional se enquiste de forma definitiva y sin contrapeso alguno.

Por historia, por identidad y por vergüenza propia, Alianza Lima debe rectificar y recuperar la voz que incomoda, la que dice lo que pocos más se atreven a decir. El club que nació del pueblo no puede venderse como una empresa dócil. La grandeza íntima nunca se negoció: siempre se defendió.

Hoy toca recordárselo a Cabada y a cualquiera que crea que el pragmatismo vale más que la dignidad.

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