
La Galerna
·10 aprile 2025
Silent enim leges inter arma

In partnership with
Yahoo sportsLa Galerna
·10 aprile 2025
Como lo lees. Tenemos más copas de las que han bebido Mick Jagger y Keith Richards juntos en toda su vida. Tenemos un escudo que hace morirse de miedo al más bárbaro de los ejércitos. Y ni el vudú diario de todos los que organizan competiciones y de los que pagan a los árbitros ha logrado torcer siquiera levemente a la providencia en su obsesión merengue de estos últimos años. No me preocupa lo más mínimo el resultado de un partido al que le faltan 90 minutos en el Bernabéu. A ver si no nos olvidamos de que estamos, como diría un concursante de Supervivientes, mu locos.
Pero esa no es la cuestión. Lo importante es que tampoco me preocupa el resultado final de la vuelta. En este preciso momento de la historia, luz y taquígrafos, escribo con un inmenso deseo de ver el mundo arder y de la ira más atroz, porque no se me ha pasado el enfado aún. Solo deseo una cosa, solo una, solamente una: que el miércoles Madrid sea la tumba del astigmatismo espiritual que nuestros chicos exhibieron el martes.
Me da igual ganar y pasar la eliminatoria, o perder por 8-9. Me da igual que le regalemos a Aleksander Čeferin la borrachera de su vida (¿las bombillas pueden beber?). Y me da igual que una debacle haga saltar las costuras del Real Madrid que reinó en Europa año tras año desde ya ni me acuerdo. Lo único que no podría soportar es ver que al pitido inicial los nuestros no se distribuyen en el campo como si estuviéramos en el minuto 92 de una final en la que vamos 1-1.
No tengo ganas de una genialidad, ni de una escapada en solitario de esas que pasan a la historia, no quiero ni tener la suerte de que ellos se metan goles en propia meta, ni que nos piten un miserable penalti, ni que el entrenador rival nos regale el partido pensando que ya lo tiene ganado. No me importa lo que hagan ellos. Por mí como si se quedan en Londres. Como madridista, solo admitiré una resolución, con conjura o sin ella: salir con la certeza de que todo está perdido y de que solo queda la del honor: que la portería rival sea un maldito Pearl Harbor.
Solo deseo una cosa, solo una, solamente una: que el miércoles Madrid sea la tumba del astigmatismo espiritual que nuestros chicos exhibieron el martes
Nadie, y digo nadie, debería jugar un solo minuto por galones, ni por sueldo, ni por inercia. Creo hablar en nombre de casi todo el madridismo si digo que quiero que estén en el campo los 90 minutos diez lunáticos, enfermos por reventar la red a cada segundo, disparando como un mono armado y con tiritona, desde cualquier lugar, por puro vicio, como si tuvieran que arrancarle a la cabeza uno a uno a todos los espectadores del fondo norte. Y me da igual si jugamos con los once de gala o si sale el Castilla en pleno con Vallejo en punta. Y también me da igual si en el minuto 20 o 30 hay que sentar a alguna de nuestras estrellas, sencillamente porque no tiene el día. ¿Deberíamos haberlo hecho el martes?
A propósito, entendamos una vieja contienda: tenemos el mejor equipo del mundo y el mejor banquillo. A estas alturas de temporada, y a ciertas alturas de cualquier partido, no tenemos tiempo de esperar a que este o aquel pelotero encuentren la inspiración, o tengan ganas de correr, o sean asistidos por los dioses de la confianza. Es la hora de restituir el honor blanco. Y el resultado nos da igual.
El primer loco ha de ser Ancelotti. Este no es un partido normal. Y no es un partido más. Necesitamos toda la artillería arriba. Como si jugamos con Rüdiguer armado con dos Kalashnikov como único defensa. Sí, quiero a Endrick de delantero centro. Y a Brahim en el campo. Y a Rodrygo por la banda izquierda. Y a Vinicius jugando donde le salga de los huevos. Y a Bellingham en donde marcaba goles. Y una línea defensiva a la altura del punto de penalti del rival. Y a la afición haciendo saltar el sonotone a cada uno de los jugadores del Arsenal. Y a tíos que marcan gol y salen como demonios a por el balón para llevarlo al centro del campo. Y que en el descanso haya que cambiar a cinco porque no pueden ya con el culo.
No olvidemos lo de Cicerón: “Silent enim leges inter arma”; o “en tiempos de guerra, las leyes enmudecen”. No hemos venido a ganar una batallita. Ni a intentar pasar una eliminatoria imposible. Ni —perdonadme — a remontar, que siempre me suena un poquito cursi. Hemos venido a hacer una sangría. Una masacre. Una escabechina. A salir en los telediarios de todo el mundo.
Getty Images
Live